24 noviembre 2013

Hoy exploto

Hoy exploto porque no puedo más. Porque o lo explico o me da algo. Estoy agotada mentalmente y es posible que esta entrada sea confusa y me deje cosas y no entendáis mi rabia y frustración. Es posible.

Qué irónico, que mi última entrada tratara sobre lo bien que me he adaptado y el equilibrio que tenemos la familia y yo, cuando ahora, en cambio, sólo siento indignación y humillación. Pero bueno, pronto se acabará todo, porque a finales de diciembre cogeré las maletas para no volver. (Pero eso más adelante.)

El viernes no pasé la noche en casa y ayer por la tarde volví a casa durante unas horas para decirle a la madre que me iba de nuevo, que no estaría para cenar el sábado pero que volvería el domingo por la tarde para poder hacer el babysitting que les regalé para su aniversario de bodas. Lo que había pasado era que la noche anterior me había quedado en casa de una amiga porque perdí el último bus y no quería pagar 10 euros por un taxi. Vivo en un pequeño pueblo a las afueras de la ciudad y cuando salgo con más gente en el centro no me sale a cuenta volver a casa a las 3 de la mañana porque no me cunde, simplemente. Siendo honestos, tampoco me apetecía volver, porque la madre me había hartado mucho durante toda la semana y aunque me encontraba fatal tenía que desconectar y salir. En fin, que la misma amiga me ofreció de nuevo su techo para la noche del sábado, pero esta vez, al saberlo, pasé por casa antes para coger cuatro cosas y volver a irme. Yo tenía pensado entrar en la cocina y tener una conversación de minuto y medio como mucho y volver a irme. 

Menuda sorpresa me llevé.

Fui a la cocina a decírselo a la madre, que en esos momentos estaba preparando la cena. Cabe decir que la estaba preparando muy antes que de costumbre y yo siempre le digo antes de que empiece a cocinar si me quedaré a cenar o no, cosa que entre semana raramente sucede pero que es muy común en los fines de semana. Apenas había empezado a explicarle la situación cuando soltó el rodillo que estaba usando para hacer la masa contra la encimera y, rebotada, empezó a gritarme. A gritarme. Me dijo que no soportaba que hiciera siempre eso, que nunca la avisaba (??), que esta semana solo había cenado una vez en casa y que ella se mataba cocinando para luego tener la nevera llena de tuppers y tener que tirar la comida a la basura. Me dijo que la comida orgánica era muy cara y muy fresca y que yo era la primera au pair que le hacía eso, que las otras siempre la avisaban con dos días de antelación, ('como mínimo, podrías decírmelo antes de que vaya a comprar los martes o los sábados, ¿no?') y que cómo se lo hacía mi madre cuando estaba en casa, dando a entender que con la actitud que yo tenía no entendía cómo mi madre se las apañaba conmigo.

¿Perdona?

Gritándome. Delante de las niñas y del padre, que estaban sentados en la mesa de la cocina. El padre, que se mantuvo callado todo el rato.

Después de unos instantes de shock y de quedarme muerta, le dije que siempre la avisaba cuando me enteraba de los planes que tenía, que no lo hacía adrede para joderla a ella y a la comida y que NO SABÍA QUE ESO ERA UN PROBLEMA. ¿En casi 3 meses no puede decirme ni una sola vez que prefiere que la avise con el máximo tiempo posible si voy a cenar en casa o no? ¿Qué voy a saber yo? Siempre la aviso en cuanto sé qué haré, y eso puede ser tanto con dos días de antelación como el mismo día, pero siempre antes de que se ponga a cocinar. Pensaba que, de este modo, no le ocasionaba ninguna molestia. Me contestó diciéndome que eso no era excusa, que yo ya era mayorcita para decirle a mis amigos que necesitaba saberlo con antelación. Yo le repetí que no sabía que eso le había provocado tantos problemas pero que ahora que lo sabía iba a intentar decírselo lo antes posible. 

Y aunque me había dicho que a ella le daba igual si salía o no, me preguntó que a qué hora era el último bus, y que si se podía saber qué hacía quedándome más tarde. 'Si a esa hora está todo cerrado', me espetó. 'No lo entiendo la verdad'. Yo seguía en shock, pero le contesté que se hacían muchas cosas aunque fuera tarde y acabé saliendo de la cocina disculpándome, humillada y con una impotencia muy grande. Me encerré en mi cuarto y seguía alucinando. ¿Cómo podía haberme hablado así? ¿Gritándome y faltándome al respeto de ese modo, como si fuera una niña de quince años? ¿Cómo podía haberme regañado de ese modo y haber dicho eso de mi madre y de mí cuando no sabe absolutamente nada de nada? ¿Hola? En esos instantes no podía procesar nada, pero luego me entró la rabia y deseé haberle dicho cuatro cosas bien dichas. Pero lo que hice fue coger lo que había ido a buscar e irme.

Lo mejor es que no tenía razón. Había cenado en casa dos veces esa semana, lo que pasa es que el martes siempre lo hago más tarde y sola porque llego de la academia a las mil, como siempre. Es cierto que salí el miércoles, pero la avisé el lunes (!!) y se lo recordé el miércoles, y el jueves no cené PORQUE ESTABA MALA. Tan mala que estuve toda la tarde en la cama a punto de vomitar. Y va y me soltó, en medio de la discusión: Bueno, que te pongas mala una vez espontáneamente aún, pero tantos días sin cenar ya no. ¿Es que encima tengo que programar cuándo me pongo mala y cuántos días me tiene que durar? ¿Es que estamos locos o qué pasa? 

Otra cosa, ¿es que la comida no se puede meter en el congelador? ¿Es que no puede cocinar menos si ve que se le van acumulando las sobras de otras comidas? ¿Es que no me lo puede decir como una persona normal y tener una conversación conmigo como dos personas adultas, en vez de gritarme y faltarme al respeto de ese modo? ¿Quién se cree que es?

Como podéis ver, estoy muy cabreada. Ayer aún estaba mala, pero me fui de todos modos porque prefería dormir en casa de mi amiga, sin salir, que pasar un minuto más bajo este techo. Hoy he vuelto y sólo me he encontrado al padre, que es el que me ha hablado del babysitting de manera normal y ya está. No he hecho ningún comentario, pero a partir de ahora las cosas van a ser muy distintas.

¿Por qué? Pues porque la semana pasada me confirmaron que me han dado una beca para trabajar de auxiliar de conversación en Bélgica, en la comunidad flamenca. Empiezo en enero y serán cinco meses allí, así que mañana se lo diré a los padres y me enfrentaré a la ira de la madre, pero esta vez no me pienso callar. Esta beca la pedí a principios de año porque era lo que realmente quería hacer después de la carrera, pero quedé en lista de espera y por eso me decanté por irme de au pair. Sin embargo, se han abierto tres nuevas plazas en Bélgica y me han seleccionado. Es una oportunidad que no puedo rechazar, pero visto el panorama no echaré mucho de menos esta casa, la verdad. Me dará pena dejar a las niñas, pero tengo que vivir por mí, no por nadie más. 

(No estoy molesta con la madre solo por esto, sino por comentarios que ha ido haciendo a lo largo de todo este tiempo y en especial durante esta semana en la que he estado mala -pero he trabajado todos los días, claro-, burlándose de mi estado y de mi poco 'aguante'. Lo de ayer fue la gota que colmó el vaso, porque está claro que no le caigo bien y que no me respeta. Con o sin beca, me hubiera ido de todos modos).

PD: Hoy he cenado sobras y sólo he visto tres tuppers en la nevera. Es decir, la cantidad estándar que hay a lo largo de la semana. ¿Dónde están los mil tuppers que la madre dice que tiene que guardar en la nevera? ¿DÓNDE?




11 noviembre 2013

Volver (a casa)

Volver a casa fue un regalo. Fui de viernes a martes, a principios de este mes, y no me lo pude pasar mejor. Me renovó y pude cargar pilas, dos cosas que necesitaba en grandes dosis. Había estado fuera sólo dos meses, pero me daba la sensación de que había pasado mucho más tiempo y la verdad es que esos días con mi familia y mis amigos fueron un bálsamo. Los días anteriores, en Alemania, había tenido algún que otro encontronazo con la madre y entre una cosa y otra no me sentía positiva en absoluto. Lo que más quería era llegar a casa y dejar que me mimaran. Y eso hice. Comí paella, disfruté del buen tiempo, fui al cine, vi a mis sobrinos y dormí muy ricamente en mi cama. Reconozco que luego no quería volver y que la vuelta a estas tierras se me hacía muy fría. Pero los días pasaron y cogí el vuelo de vuelta a Alemania. Tras un larguísimo día de viaje (que fue una maldita odisea) llegué a casa casi a las ocho de la noche. Empapada, congelada y muy cansada. Lo que no me esperaba en absoluto fue que el padre me recibiera con un abrazo, con lo poco propensos que son aquí con el contacto físico. Los abuelos, que habían estado allí esos días, también fueron muy amables y dulces conmigo. Incluso la madre también estaba más recíproca, y se puso la mar de contenta cuando vio que le había traído chorizo picante (su favorito) y jamón. Todo el miedo y la ansiedad que tenía por volver desaparecieron de golpe. Al día siguiente me levanté renovada y cuando me vieron las niñas se pusieron la mar de contentas, especialmente la mayor. (¿Os he dicho ya que es un amor? Porque lo es.)

Mientras comía al día siguiente con los abuelos y la pequeña, me levanté de la mesa y le puse la comida al plato de la mayor para que se enfriara. Eso siempre lo hace la madre, pero se había ido con prisas a recogerla a la guardería y se le había olvidado. Los abuelos ni se habían dado cuenta, y fueron ellos los que, al ver lo que hacía, me dijeron que parecía una más de la familia, pues estaba muy integrada. Estamos hablando de los mismos abuelos que dos meses atrás me habían comparado con la anterior au pair y le habían dicho a la madre que yo 'no entendía nada'. Caí en la cuenta entonces de que era cierto: estaba completamente adaptada. De que a pesar de los encontronazos que haya tenido con la madre y de que a veces, cuando voy a la cocina a picar algo, aún parece que vaya de puntillas, no me imagino viviendo con otra familia. Las quejas que pueda tener de ellos son, al final del día, una nimiedad, porque las cosas importantes sí las respetan. Todas las host families tienen sus cosas, y creo que se trata de saber encajar y adaptarse. De encontrar el equilibrio, el balance. Y yo creo que lo he encontrado.

Explico todo esto porque, antes de llegar aquí, me había hecho una idea muy idealizada de lo que era ser au pair. Aunque estoy convencida de que hay au pairs que sienten una confianza total con su familia y se sienten como en casa, ese no fue mi caso. Llegué, y sucedieron una serie de cosas que me hicieron sentir bastante mal y que voy a intentar resumir. Tengo alergia a los ácaros, y se supone que tengo que cambiar las sábanas mínimo cada dos semanas. Se lo dije a la madre, y me dijo que era demasiado y que quizás tendría que hacer yo la lavadora en cuestión porque ellos cambiaban las sábanas cada X meses. Me daba igual poner o no poner la lavadora, pero lo que me molestó fue cómo me lo dijo. Muy fríamente, como si fuera una molestia. Oye, que una no tiene una alergia adrede, qué quieres que te diga. Un día también me montó un pollo porque vio que las niñas habían estado cinco minutos (de reloj) sin gorro en el parque. Cabe decir que hacía un sol para morirse y no corría ni una pizca de aire. Y que habían sido CINCO MINUTOS. Otro día me dijo que cómo osaba poner la ropa sucia del gimnasio en el cubo de la ropa sucia, que tenía que esperarme a que se secara antes en mi habitación porque si no luego todo olía. Me quedé muerta, pues estábamos hablando del cubo de la ropa sucia, de ropa que luego se lavaría. Luego me explicó que era porque no podía estar poniendo lavadoras constantemente y por eso iba con más cuidado. Ahora escribo esto y me entran ganas de reír porque son tonterías, pero en ese momento me sentaron fatal. Supongo que porque todo era nuevo y desconocido y no entendía cómo funcionaban las cosas.

Fuera como fuere, está claro que empezamos con mal pie, porque ella se imaginaba que yo sabía unas cosas que, evidentemente, desconocía, y luego se indignaba cuando me equivocaba. Lo que me molestaba es que me lo decía muy fríamente, y parecía que me diera una bofetada cada vez que me hablaba así. No fue un recibimiento muy cálido, que digamos. Ahora pienso, en cambio, que quizás ella también se tenía que acostumbrar a una nueva au pair, a volver a explicar cosas que daba por sabidas y que la anterior au pair ya conocía, claro. Ahora, en cambio, me corrige de otro modo, o quizás me lo dice como siempre y yo no me lo tomo a mal porque ya me he adaptado. No lo sé. 

Si no estuviera a gusto, me cambiaría. Lo dije en la anterior entrada y lo repito. A pesar de todo, a pesar de la madre (encajo mucho mejor con el padre en cuanto a carácter se refiere, por ejemplo). ¿Por qué? Porque en las cosas importantes siempre se han portado bien. Vigilan mucho con la comida, pues soy intolerante a la lactosa. Respetan mucho mi tiempo libre. Son muy dialogantes, pues ya he tenido dos conversaciones importantes con ellos y siempre hemos llegado a un acuerdo. La primera fue al cabo de dos semanas, en las cuales estuve trabajando 40 h semanales en vez de las 30 estipuladas en el contrato. Sabía que si no decía nada, la cosa seguiría igual. Le dije a la madre que no podía ser, que necesitaba más tiempo libre y que no era lo acordado. Me frunció el ceño, porque la anterior au pair nunca se había quejado (un pin por ella), pero me dio el martes como día libre y todos contentos. Al principio le costó adaptar su agenda a ese revés, pero lo aceptó sin problemas y asumió la responsabilidad, pues sabía que yo tenía razón. La segunda conversación sucedió a la semana siguiente. Como ya sabéis, a las niñas les tengo que hablar en inglés. El problema fue que a los padres también les hablaba en inglés y, evidentemente, de este modo era imposible que me soltara con el alemán. Me agobié muchísimo y me vi sin avanzar. Ya me pensaba que tendría que cambiarme de familia y me había mentalizado para tener esa conversación con los padres. Podéis imaginaros la situación mientras cenábamos: yo seria, lívida, pensando una y otra vez en mi mente cómo sacar el tema; los padres mirándome todo el rato, preguntándose qué diantres me pasaba. Al final lo solté, y me dijeron que dejara de hablar en inglés en ese preciso instante con ellos. Me dieron libros y películas en alemán, me dijeron que no pasaba nada, que no tuviera vergüenza de cometer errores. Se volcaron completamente, y desde entonces las cenas son completamente distintas.

Podéis pensar que es una entrada caótica, pero necesitaba soltarlo. Es curioso haber tenido sentimientos tan contradictorios en tan solo dos meses. Mañana iré con ellos a hacer el Laterneumzug :) Prometo hacer fotos y subir alguna, que entradas tan tochaco sin nada que ver se hacen pesadas, lo sé.

20 octubre 2013

Die Zeit rennt

Mi vida aquí en Alemania continúa y yo siento que cada vez estoy más integrada en una rutina que no es la mía. Hay momentos en los que observo a los padres y a sus hijas y pienso que qué extraño es, que yo esté aquí, cuidando de unas niñas que no tienen ningún vínculo de sangre conmigo, viviendo con ellos y adaptándome a sus manías y costumbres (que son unas cuantas). Qué extraño es, intentar sentirme como en casa en un sitio que no es el mío. Hace unos meses estaba acabando mi último año de carrera, haciendo mil cosas a la vez y deseando en mi fuero interno que se acabara todo ya, que no podía más. Anhelaba irme. Ahora que estoy aquí, y después de un mes y medio, miro atrás y reconozco que, aunque no añoro ese estrés, sí era reconfortante saber exactamente cuál era mi lugar. Con esto no quiero decir que quiera volver, porque no es cierto. Está siendo una experiencia que no cambiaría por nada. Tampoco quiero engañaros; no me siento como una más de la familia. Lo digo porque sé de au pairs que sí se sienten como parte de la familia, no lo ven como un trabajo, y los padres las invitan los fines de semana a hacer actividades y esas cosas. A mí eso no me pasa. Los míos son buenas personas, e intentan que esté lo mejor posible, pero... no sé. Tengo la sensación de que tenían una relación más estrecha con la anterior au pair. O quizás es porque tampoco llevo mucho tiempo aquí y aún no me conocen del todo. O quizás es porque yo soy muy retraída cuando quiero y me cuesta explicar cómo me siento. No lo sé. Pero no es una mala relación. Son buenos, y quieren a sus hijas, y me tratan bien. No quiero cambiarme de familia, así que supongo que eso también lo dice todo. 

Mi día a día con las niñas ha dejado de tener sobresaltos. Aún no me he puesto a releer las primeras entradas que escribí aquí, pero sí recuerdo la sensación de absoluto pánico que tenía a todas horas. Normal que durmiera mal, o que tuviera el impulso de hacer las maletas y volver a casa siempre que las niñas no se portaban bien, la madre me hacía algún comentario o, simplemente, me perdía cogiendo el bus. Todo esto, aunque ahora me sigue pasando, ya no me afecta del mismo modo. Cuando la cago (que no es tan a menudo como al principio) me lo tomo con filosofía. Básicamente, en mi cerebro pienso: bleh. Cada familia es un mundo, así que no puedo más que asentir con la cabeza aunque no esté de acuerdo con lo que me dicen. El otro día, por ejemplo, me equivoqué de cacao cuando les preparé la leche a las niñas por la tarde. Les di el que era parecido al Nesquik (el rico, vamos), pero resulta que ese tiene MUCHO azúcar y es MUY malo para las niñas. Solo  les puse media cucharadita, pero no, nada. Completamente verboten. Prohibido. A la madre le salió una arruga del estrés y todo. Menuda tragedia, parecía que hubiera matado a alguien. Resulta que tengo que usar el cacao amargo, el que es 100% bio (por supuesto). Que el otro sólo lo compra para el marido. Estupendo. También descubrí entonces que las niñas no pueden tener nada de mermelada después del desayuno. Nada de azúcar, en definitiva; sólo fruta. En cambio, pueden cebarse a pan con mantequilla tanto como quieran, que eso es completamente aceptable. Hay cosas que no entiendo, de verdad que no. Así que no, en este tiempo no me he convertido en una súper au pair que lo acepta todo y que disfruta de cada momento que pasa con su familia. Ehm, no. Hay días que me comería a las niñas, y otros momentos en los que no puedo más. A veces la madre es un amor, y a veces le da la vena y se pone súper seria. Pero, en general, life is good, y no me voy a quejar.

Otra cosa de la que me he dado cuenta es lo mucho que echo de menos a mis amigos. Que hablo con ellos constantemente, sí, pero en casa tenía la comodidad de saber que estaban allí, que podíamos salir a tomar algo, a cenar o al cine. Aquí es distinto. Fue llegar y sentirme completamente perdida y desamparada. ¿A quién llamaba? ¿A quién le decía de salir a tomar un café para contarle mis penas y desgracias sin tener que sentirme como una carga? Empezar de cero no es fácil, eso está claro, pero no es imposible, incluso en una ciudad tan...gris como la mía. Yo ahora puedo decir que soy amiga de tres chicas que son un amor, y la verdad es que no sé qué haría sin su apoyo. Aún no me he juntado con españoles, aunque este finde he salido y me los he encontrado por todos lados. Que son gente muy apañada, sí, pero quiero evitar un grupo tan cerrado como el suyo porque sólo hablan castellano entre ellos y no quiero eso para nada. 

En cuanto al alemán...pues no sé qué deciros. Que entiendo mucho más que cuando llegué, que ya no me da cosa pedir las cosas en alemán en los sitios, cuando los primeros días recurría siempre al inglés. Que leo y miro películas y me obligo a pensar y a hablar en alemán siempre que puedo (os recuerdo que a las niñas les tengo que hablar en inglés). Que estoy muy motivada. En la universidad aborrecía las clases de alemán porque eran todas de traducción, con muchísima gramática y nada de comunicación. Lo odiaba. Ahora, en cambio, me encanta. Me encanta cómo suena, y me gustaría saber mucho más de lo que sé. Supongo que eso es bueno.

Para acabar la entrada, os pongo al día con algunas cosas:
  • el tiempo está loco. La semana pasada hacía mucho frío, y aunque había gente que aún iba en manga corta por la calle (?? CÓMO), yo ya me puse botas y anorak, que no estamos locos. Estos días, en cambio, han vuelto a subir las temperaturas, y yo me estoy volviendo loca ya, y mi garganta también. Creo que mi cuerpo se quiere poner malo, pero no se decide.
  • cumpleaños. El mío fue el 27 de septiembre, y los padres me regalaron una tarjeta del H&M muy apañada, así que esta semana, cuando fue el cumple de la madre, le regalé un babysitting, porque nunca pueden salir los fines de semana ni nada los dos solos, claro. Aún no lo han gastado, pero la madre se puso muy contenta. Ya están hablando sobre dónde irán a cenar y qué harán, mientras se hacen ojitos. Ay, qué bonico. El último cumpleaños del año será el de la niña mayor, que es el 5 de noviembre. Creo que le regalaré un libro, pero acepto ideas :-)
  • del 1 al 5 de noviembre. Tengo fiesta esos días porque vienen los abuelos y se quedarán con las niñas. Lo malo es que los padres me avisaron hace unos días y claro, al ser tan tarde, todos los vuelos ya estaban por las nubes. Tenía muchas ganas de irme de viaje a Suiza o a otro país, pero los precios exagerados hicieron que se me quitaran las ganas de todo. En eso que estaba yo ahí meditando qué hacer con mi vida cuando vi que Ryanair tenía una súper oferta para volver a casa: 50€ ida y vuelta. Pequé. Compré los billetes en un impulso y, llamadme mimada, pero no sabéis las ganas que tengo de recibir un achuchón de mi familia y comer paella y dormir lo que quiera los fines de semana sin que me despierten los gritos de las niñas a las 7 de la mañana.
  • fin de las vacaciones. Mañana la mayor vuelve a la guardería por las mañanas. Endlich. 

02 octubre 2013

El arte de negociar

Hoy hace un mes que llegué a Alemania. Reconozco que se me ha hecho eterno, a diferencia de muchas au pairs que dicen que el primer mes se pasa volando. Me da la sensación, de hecho, de que llevo aquí mucho más tiempo, y no sé si esto es debido a que lo que he vivido aquí lo he vivido muy intensamente o a que tenía que acostumbrarme a todo esto. Quizás ambas cosas. Ahora estoy mucho mejor, gracias a todos por los ánimos en la última entrada. Hablé con los padres, porque no acababa de sentirme cómoda en algunos temas (que explicaré en la próxima entrada, si todo va bien), y ahora me cuidan mucho más y me siento mucho más a gusto. 

Pero lo dicho, ha pasado un mes, y creo que ha llegado el momento de que os cuente que, en este tiempo, me he sacado un máster. Sí, en un solo mes. Ha sido muy exprés y muy rápido todo, pero era necesario. Se llama: 'Cómo negociar con tus host kids para no acabar tirándote (o tirándolos) por la ventana'. Las situaciones que se detallan a continuación son 100% verídicas, que conste, y todas ellas tienen lugar antes o después de ir al parque. Porque sí, una de las cosas que tiene que hacer una au pair es sacar a pasear a sus niñas de 2 y 4 años. Varias veces al día, si es posible. No hacerlo significa privarlas de los escasos rayos de sol que hay en este país y condenarlas a muchas horas encerradas en casa, y eso siempre es maalo, porque se vuelven locas ellas y me vuelvo loca yo. Pero vayamos por puntos:

  • Antes de ir al parque. Si tus niñas tienen que salir a la calle, asegúrate de que salgan bien meadas. Esto significa que la de 4 años haga pis en el orinal y cambiarle el pañal a la de 2. De un tiempo a esta parte, a la pequeña se le ha metido en la cabeza que no, que no quiere que la cambien. Y cuando es no, es no. Ya puedes cogerla en brazos, que ella se retorcerá cual lagartija entre tus brazos y se escurrirá. Ya puedes ponerla en el sofá, o en la cama, e intentar entretenerla, que ella te empezará a dar patadas y a moverse y, sí, a escurrirse de nuevo. O quizás se sentirá muy iluminada un día y querrá imitar a su hermana, con lo que se pasará quince minutos de reloj en el orinal, sin mear absolutamente ni una gota, para luego levantarse y subirse los pantalones sola (sin pañal, recuerdo), toda satisfecha. Otra versión de esta situación es que empiece a pasearse por el salón con el culo al aire. Todo es posible, la verdad. 

    ¿Qué hacer en estos casos en que los minutos van pasando y te tienes que ir? USA TU IMAGINACIÓN. Así, en mayúsculas. No hace falta que te compliques la vida: tiene 2 años, y si le dices cualquier cosa de manera convincente se la acabará creyendo, aunque sea una explicación que, al final, no tiene ninguna lógica. Puedes empezar con el razonamiento más básico, el 'si no te cambio, no podemos ir al parque'. Si ella sigue inmutable y con el culo al aire, adopta su táctica. ¡Sé inmutable! Plántate en la puerta, a ver quién aguanta más. Ella con el culo al aire, o tú sin dejarla que haga nada. O mejor, sal de la habitación, a ver si la traumatizas lo suficiente como para que te llame y te diga que sí, que quiere ir al parque y te deja cambiarle el pañal. O dile que el cochecito que tiene en las manos tiene que ir al parque también. Cualquier cosa. También puedes cogerla, claro. Aunque intente escurrirse, ¡tú eres más fuerte! Agárrala bien (con cariño, eso siempre) y te asombrarás de lo rápidas que son tus manos cuando tienen que cambiar un pañas. Visto y no visto. Intenta distraerla, cuéntale algo, o haz que ella cuente algo ('cuando hayas contado hasta diez, ya estarás cambiada, ya verás'). Tú tienes manos de hierro y la mantienes ahí y aunque se resista, una vez cierras el pañal ya puedes cantar victoria, porque no se lo va a quitar.

    No te olvides de la mayor, sin embargo. Puede ser que te diga que no tiene pipi. Es normal. Ella te dice, muy tranquila, 'no pasa nada, puedo mear en un arbusto del parque'. Vale. Hasta ahí todo bien. Recuerdas que, cuando eras muy pequeña, tú también lo hacías. No sabes exactamente cómo te agarraba tu madre para que no se te mojaran los pantalones, pero bueno, piensas que no será tan difícil. Ay, qué ingenua eres a veces.

    Pero luego toca vestirlas para salir a la calle, cosa que también es todo un proceso. Ponles el anorak, las botas y el gorro (gorro grueso y gorro para el sol, según el día. Pero siempre gorro. SIEMPRE. Bajo ningún concepto les quites el gorro o serás la peor au pair del mundo porque habrás permitido que el aire les toque la frente. O habrás permitido que el sol les toque la piel. Eso es un pecado mortal). Cabe decir que la pequeña querrá ponérselo todo sola. So-la. Y no la puedes ayudar, no. Así que nada, quince minutos más mirando cómo la señorita se pone una bota. Luego la otra. Luego intentará atarse los cordones, y allí es cuando te hartas y lo haces tú, pero bueno, como mínimo has aguantado un rato. 'Así es como aprenden', te dirá la madre. No, si no te digo que no, pero tela. 

  • En el parque. Yo recuerdo mis tiempos en los que iba al parque y, no sé, jugaba SOLA. O con los otros niños que había por ahí. Era tímida, pero no antisocial supongo. Pero no jugaba con mi madre. Es decir, siempre la tenía presente en mi campo de visión, pero no se subía conmigo al tobogán, por ejemplo. Quizá lo hacía cuando era muy pequeña, aunque creo que esa tarea la desempeñaban mis hermanos mayores, que para eso tengo unos cuantos. Mis niñas sí quieren eso. 'Súbete conmigo', me dicen. Además, quieren trepar a todos lados. Si les dices que no, ya puedes esperar una pataleta de esas épicas, con llantos que seguro que despiertan a los vecinos. Pero no sufras, habrá momentos en que las dos hermanas jugarán juntas. No cantes victoria. Eso jamás. Habrá ocasiones en que la mayor querrá que la pequeña haga exactamente lo que ella dice y si la pequeña, con 2 años y un carácter de hierro, no cede, ya puedes esperarte otra pataleta por parte de la mayor. Tú no te angusties y deja que se le limpien bien los lagrimales, que tarde o temprano ya se cansará. No desesperes si no te escucha. Puedes ignorarla (manteniéndola siempre en tu campo de visión), que ya verás que al final se calmará. Tendrá un moco colgando de la nariz, pero bueno. Ahí harás uso de tus kleenex, mano de santo de cualquier au pair, y aquí no ha pasado nada.

    Eso sí, será en el momento menos pensado en que la mayor te dirá que tiene pipi. Y cuando tiene pipi, significa que tiene pipi EN ESE PRECISO INSTANTE. ¿Recuerdas que te dijo que podía hacerlo tranquilamente en los arbustos? Pues bueno, la niña se meterá allí, en la hierba (porque de arbusto tiene poco eso) se bajará el pantalón un poco, se agachará y te dirá '¡cógeme!'. Tú adoptarás la postura que en sus tiempos debía adoptar tu madre y te darás cuenta de que es demasiado tarde y se te está mojando todo. La mano, el pantalón de la niña... Todo. Es inevitable indignarse un poco '¡pero no te has esperado!', le recriminarás tontamente en un primer momento. Luego irá por la calle con el culo bien mojado, pero como mínimo no habrá llorado. Eso ya es una victoria.

  • Después del parque. Piensas que llegar a casa es llegar al oasis. Ala, que se preocupen sus padres ahora. Pero antes tienes que entrar, y no es tan fácil. Hay que meter el cochecito en el garaje y meter a las niñas dentro de casa. La pequeña se pondrá a observar las piedras que forman parte de la entrada de la casa, y se negará a cruzar la verja. Intentarás sobornarla y le dirás que verá a su madre si entra (aunque ésta tenga que irse al cabo de cinco minutos) o que le darás el juguete/libro que quería antes. Si nada funciona, olvídate de negociar, cógela de la mano y pa'lante, hombre. Cuando se ponga a andar, eso sí, lo hará muuy lentamente, para que tú (que tienes que ir al baño/te estás muriendo de hambre/tienes una jaqueca que no puedes con tu vida) te desesperes. Eso sí, por muy contentas que se lo hayan pasado contigo, cuando vean a sus padres se pondrán irreconocibles. Quizás estarán muy hiperactivas, o muy hipersensibles. O las dos cosas a la vez. Porque sí, no actúan del mismo modo cuando están con sus padres que cuando están con la au pair. Eso es un hecho.
Por todas estas cosas, los vecinos de la urbanización ya me conocen. Soy la que va con las pintas por la calle, siempre andando con una o dos niñas, y empujando un cochecito CUYAS RUEDAS NO SE MUEVEN. De verdad. DE VERDAD. Me desespera este tema. Mirando el lado positivo, tengo unos tríceps ya que son la envidia del barrio. Fiu. Volviendo al tema, cuando voy por la calle, luzco mis modelitos a prueba de niñas pequeñas, así que voy tan panchamente con mi ropa llena de manchas de comida, de mocos, o de plastidecors, el anorak (aunque los alemanes vayan sin nada, solo con una camiseta de manga larga. Por qué.), las botas y un paquete de kleenex. No olvidemos los kleenex.

Aunque no lo parezca, ésta iba a ser una entrada en la que quería hablaros de que la paciencia es mano de santo, y si tus niñas/niños se te ponen rebeldes, intenta hablar con ellos. Que se pongan a jugar con otra cosa, o cuéntales una historia, o explícales lo que quieres hacer de manera muy detallada y con mucho énfasis, como si fuera una ceremonia o un ritual, que eso les gusta mucho. Si tú estás contenta y emocionada y no dejas que te afecte su estado de ánimo, al final se lo contagiarás. No te inmutes, no le des importancia a cosas que no la tienen, y aprende a distinguir cuándo un niño quiere llamar la atención y cuándo, realmente, te necesita. Porque sí, a veces lo único que quieren es que les cojas en brazos y los mimes un poco, como a todo el mundo.

Mañana es fiesta aquí en Alemania, así que a disfrutar. Yo tengo una barbacoa con gente que apenas conozco. ¡Ala, a salir de mi zona de confort!

22 septiembre 2013

Lerne leiden ohne zu klagen

(o "aprende a sufrir sin quejarte")

Por otros blogs podría decir que, antes de venir, estaba familiarizada con los llamados "malos días" de una au pair. Días en los que todo está del revés y no hay manera de que nada te salga bien, o días en los que el más mínimo comentario es un ataque y sólo tienes ganas de mandarlo todo a la mierda, hacer las maletas y volver a casa. Pero pensaba que sólo eran eso: días. Días sueltos, separados entre ellos. No días seguidos. No una semana entera.

Ahora que ya estamos a domingo, puedo decir sin duda alguna que esta ha sido, con diferencia, mi peor semana. Siete días en las que mis emociones se han subido a una montaña rusa y han decidido dar por saco. Todo empezó tras mi visita a Koblenz, cuando vi que mi amiga allí tiene una HM que da envidia. Yo, por desgracia, siempre acostumbro a ver (envidiar, más bien) lo bueno que tienen los demás e ignorar lo que tengo yo, así que me empecé a comer la cabeza sin parar. Mi problema era que llevaba dos semanas con mi familia trabajando 40 horas semanales y no había tenido ningún tipo de compensación. Ni más tiempo libre, ni más dinero, ni más nada. Me sentí, de repente, explotada. Empecé a alimentar mi propia miseria con más quejas sobre mi familia que, de hecho, ahora las veo como nimiedades, y convertí un problema, fácilmente solucionable con una conversación, en una gran tragedia. Ya os podéis imaginar el drama. Que si me había equivocado de familia, que si que mala suerte tenía, que si la madre era muy seca (esto es un hecho innegable), etc. Después de regodearme el lunes en mi pena, y tras extensas conversaciones con mi familia (real) y amigos en las que me decían que dejara de comerme los mocos y hablara de una vez con los padres (de aquí), me armé de valor y lo hice. Me recorría un sudor frío. Así de nerviosa me sentía. Si es que todo lo tengo que magnificar yo, de verdad. Al final no fue para tanto, está claro. Acordamos en un momento que el martes los tendría libres de ahora en adelante, salvo media hora en la que tendría que quedarme con la pequeña para darle la comida, mientras la madre va a la guardería a recoger a la mayor. Me pareció un buen trato. Que sí, que siguen siendo más de 30 horas semanales, pero tampoco voy a ser tan estricta, la verdad. Sé que cuando yo necesite algo me lo darán sin problemas. Podéis pensar, lógicamente, que este es el fin del drama. Pues no. A pesar de haber hablado con ellos, seguí sintiéndome muy mal. Tenía muchos bajones, los días se me hacían eternos y aunque fui a mis clases de alemán e incluso quedé con gente, me sentía terriblemente infeliz. Cualquier comentario que me hacía la madre, en su tono habitual, me lo tomaba como un ataque. Las niñas estaban más rebeldes que de costumbre y todo era una discusión: no, no puedes subirte a la mesa, que no eres un mono; no, si quieres ir al parque tengo que ponerte el pañal, cielo, no ves que no puedes ir con el culo al aire; no, no puedes cruzar la calle tú sola como una suicida sin darme la mano. No, no, no, no. Construía mis pensamientos alrededor de los no y toda yo estaba condicionada por ellos. Todo era negativo. Un maldito agujero negro. Tenía jaquecas de tanto llorar y todo. El miércoles estaba ya en el pozo, hundida, y el jueves pensaba que las cosas ya no podían ir a peor.

Pero ha vuelto a salir el sol. Literalmente. Mi cerebro ha hecho clic. Es cierto que todo está en la mente, en cómo te ves tú, en cómo afrontas tú las situaciones. Si te pasas el día regodeándote en lo infeliz que eres, es evidente que serás incapaz de verle el lado bueno a las cosas. No sé en qué momento decidí cambiar el chip, pero sé que cada vez estaba más harta de mí misma y de mi actitud, así que dejé de pensar que trabajar de au pair era un castigo que me había impuesto (pensamiento irracional donde los haya) y me obligué a salir de mi modo croqueta. Asombrosamente, la sensación de desasosiego fue desapareciendo. Ayer salí yo sola a dar una vuelta por el centro, después me fui a comer y luego al cine a ver una película en alemán. La película (City of Bones) ya la había visto en castellano, y en parte gracias a ello pude entender la mayor parte de los diálogos. Salí muy satisfecha de la sala, aunque la gente me miraba raro porque iba sola por la vida. Me hizo mucha gracia porque el chico de la taquilla me dio conversación cuando fui a comprar la entrada, y me supe apañar con mi alemán y todo. Pequeños éxitos, supongo. Hoy, por ejemplo, he ido a Mannheim a una quedada de au pairs. No ha ido como me esperaba, pero me ha dado igual. He vuelto contenta a casa, con ganas de poder cenar con mis padres de aquí. No hemos hablado de política (mañana por la noche les saco el tema sí o sí), sino de mi cumpleaños, que es este viernes y les quiero hacer un bizcocho, aunque la madre se haya ofrecido en hacerlo ella. Mañana empiezo mi cuarta semana aquí, y aunque estas tres han pasado lentas, creo que las que vienen no se me harán tan pesadas. 

Siento la entrada medio deprimente, pero tenía que escribirla. A lo largo de esta semana he pensado muchas veces en dejar constancia en el blog de lo mal que lo estaba pasando, pero me he contenido. No quería regodearme tanto en mis penas, la verdad, y ponerlas por escrito les otorga una importancia que, realmente, no tienen. Soy consciente de que tiene que pasar cierto tiempo hasta que me sienta cómoda y completamente a gusto, y sé que un papel muy importante lo juega la gente con la que quede y los amigos que haga (amigos, que no conocidos), pero también dependerá mucho de cómo esté yo. No quiero volver a sentirme como me he sentido estos días, eso lo tengo claro. Quiero dejar esta entrada para, cuando esté mal, releerla y recordar que, si quiero estar bien, tengo que ser yo la que decida esforzarse por ser feliz. Nadie lo será por mí.

Me despido con una pregunta para mis lectoras y lectores: ¿alguien ha ido a la Oktoberfest de Stuttgart? ¿Merece la pena? ¿Hay mucho descontrol? 


13 septiembre 2013

Tiempo aparte

Viajar siempre ha supuesto, para mí, un tiempo aparte. Un paréntesis. Unas vacaciones dentro de la rutina y del estrés que, a veces, amenazaba con matarme las ideas y, ya puestos, los ánimos. Visitar una ciudad desconocida, reservar hostales y encajar combinaciones de vuelos, buses y trenes suponía una desconexión de la monotonía de la universidad y de las obligaciones que, como buena persona responsable y adulta que soy (?), tenía que cumplir. Pero los viajes siempre han sido eso; un período corto, y un período acompañada. Me pongo a pensar en ello y me doy cuenta de que siempre he estado protegida por caras amigas, resguardada en mi zona de confort. Incluso estuve acompañada cuando me fui de Erasmus a Inglaterra, ya que de mi universidad nos íbamos ocho estudiantes al mismo sitio, y era inevitable encontrarse. (O quizás no, pero fue así como sucedió al final.)

Ahora, al estar aquí de au pair, es distinto. Es cierto que esto tiene también una fecha límite, un tiempo delimitado, pero me está obligando a valerme por mí misma y a resolver problemas sin la ayuda de nadie. Me pueden aconsejar amigos y familiares (y vaya si lo hacen...) pero la que tiene que tragarse los mocos y tirar pa'lante soy yo, así que no queda otra que apechugar y seguir. Lo que me da más risa de todo esto es que yo siempre me había considerado una persona muy independiente, pero me estoy dando cuenta de que quizás no lo era tanto. Siempre va bien darse cuenta de las flaquezas de uno para poder mejorarlas, supongo. Cuando leía en los blogs de otras au pairs que esta era una experiencia que te obligaba a madurar por narices era un poco suspicaz. No será para tanto, pensaba. Qué ilusa era, ay.

Cambiando de tema, y dejando a un lado estas profundas reflexiones sobre mi persona (indispensables, cómo no), esta segunda semana me ha servido para familiarizarme con la que será mi vida a lo largo de este año. Desde aquí declaro:
  • que el tiempo en Alemania es una mierda. Cómo puede ser que la semana pasada me estuviera quejando del calor que hacía y que estos días no haya hecho más que llover, llover y llover. Eso me pasa por hablar, definitivamente. Estamos a setiembre y hemos tenido que encender la calefacción. La calefacción. Lo repito para que os cale, lectores que ahora mismo estáis en manga corta. No quiero ni imaginarme cómo estará esto en diciembre. De verdad, no quiero. ¿Qué obsesión tengo yo con los países en los que el sol apenas sale, si siempre lo paso tan mal? Que alguien me lo explique, por favor, porque esto no es normal.
  • que las niñas, por separado, son manejables, pero que cuando las juntas, o se odian o se adoran. Un poco lo que me pasa a mí con ellas, para qué negarlo. Cuando la mayor quiere lo que tiene la pequeña y, si no lo tiene, se pone a chillar cual niña poseída, o cuando la pequeña quiere a su madre porque se ha caído (y no se ha hecho absolutamente nada), y se pone a patalear y a ponerse tan roja que crees que le explotará alguna vena, me armo de paciencia y cuento hasta diez, cincuenta, o hasta mil, lo que sea para no explotar yo. Pienso que son reacciones del momento. Que luego, cuando pase la tormenta (porque siempre pasa), te miran con una sonrisa, o te dan un beso, y saben que te tienen en el bote. Malditas. (Pero a veces las mataba.)
  • que la rutina es mano de santo. En momentos de estrés y de avalancha de pensamientos negativos, del tipo 'qué diantres hago aquí', pienso que tal día tengo clase de alemán, que el fin de semana visitaré tal ciudad, que tengo que comprarme esto o lo otro. Pienso en mi tiempo aparte, y el agobio disminuye. Además, ahora ya no me siento tan desamparada como los primeros días. Supongo que me voy acostumbrando, y eso siempre es bueno.
  • que cambiar un pañal reciclable no es moco de pavo. Y menos cuando la niña en cuestión no ha hecho una 'mini caca' como te había prometido. Os juro que no creo que pueda quitarme esa imagen de mi cabeza en toda mi vida. (Esto ha sucedido hoy. Ha sido la primera mañana que he estado completamente sola con la pequeña porque la madre tenía que ir a trabajar a no sé dónde, y lo primero que he pensado ha sido 'por favor, que no se haga caca'. Más que nada porque la madre no me había explicado cuál era el procedimiento a seguir con un pañal reciclable que abulta la vida entera, tiene mil capas y toallas, y no hay manera de enganchar con el velcro. Hoy, al cambiarla, me he preguntado hasta qué punto es reciclable un pañal reciclable cuando la niña no hace mini cacas ni de lejos. Fin del momento escatológico de la entrada).
  • que conocer gente y hablar con personas que no son a) ni tus jefes, ni b) niñas de 2 y 4 años, va bien para el alma. Esta semana he empezado el curso de alemán. En principio tenía clase solo los viernes, dos horas y media, pero resulta que no había suficiente gente para ese curso y lo anularon, así que me presenté el jueves –era el segundo día ya, pero en fin– a un curso 'inferior' . Era una clase de B1, así que no sé dónde pretendía meterme la madre, porque llego a ir a una clase de B2 y no salgo viva de allí. En definitiva, que me encantó. Todo. Somos siete personas, creo, y la profesora es muy amable y comprensiva. Lo entendí todo. Casi lloro de la emoción, sin exagerar. Vale que la mujer me hablaba como si fuera retrasada, porque me cuesta mucho soltarme aunque entienda lo que me digan (frustración máxima), pero volví a casa motivada. Además, que son dos tardes, y haré más horas a la semana. También conocí a dos estudiantes de la universidad (de la AEGEE de Kaiserslautern) y me han abierto las puertas a una vida social inminente, ya que me han dicho que me avisarán cuando queden y salgan, y que tengo que apuntarme al gimnasio de la universidad, al club internacional, etc etc. No creo que tenga tiempo de todo, pero bueno. Planes, planes.
  • que mi sentido de la orientación sigue siendo nulo. Para encontrar las paradas del bus de mi urbanización estuve deambulando media hora por la urbanización cuando resulta que estaban a diez minutos de mi casa. Al final las encontré, pero me cagué en todo, porque hacía un viento increíble y acabé congelada. Ayer también me perdí para llegar a la Volkshochschule (escuela de alemán). Resulta que estaba yendo en dirección contraria de la que supuestamente tenía que ir. Ole yo. Allí ya cedí porque no quería llegar tarde y le pregunté a una mujer si me podía ayudar. Me acompañó un trozo y todo, y resulta que estaba a cinco minutos de mi parada del bus. ¿Por qué me pasan a mí estas cosas? Mi incompetencia a veces me supera.
  • que los carritos de bebés alemanes son horribles. Eso no se puede conducir. No se puede. ¿Cómo pueden costar tanto? ¿Cómo pueden atascarse tanto? ¿POR QUÉ NO SE MUEVEN LAS RUEDAS COMO DEBERÍAN MOVERSE? El primer día acabé con una tensión en los brazos que parecía que hubiera hecho pesas y todo. La virgen.
Reconozco que esta es una entrada caótica. Pensaba hacer una sólo hablando de las niñas, porque lo que me pasa con ellas da para un libro entero, pero creo que ya lo haré en otra ocasión. Estoy cansada, pero hoy es viernes (¡¡!!) y mañana me voy a Koblenz, a pasar el fin de semana allí, en casa de una chica que también es au pair. Saldremos con otras au pairs de la ciudad, compartiremos nuestras penas, y básicamente desconectaremos de tanto llanto y piezas de Lego. Felicidad sin adulterar.

(Sólo espero no tener problemas para llegar allí. Porque tengo que hacer transbordo y tengo diez minutos para coger el siguiente tren, y visto lo visto soy capaz de perderme en la estación o no encontrar el andén. Ay.)


06 septiembre 2013

Ser au pair endurece el carácter

Hoy me he levantado con energía, pensando que por fin era viernes y que mañana por fin podría dormir más y, además, iría a la ciudad con los padres y las niñas. La verdad es que preferiría ir sola, pero me consuelo pensando que es la primera semana y que así aprovechan ellos para enseñarme dónde está todo. Lo que sea con salir de la casa y de la urbanización en la que viven. La semana que viene pinta muchísimo mejor, porque el miércoles iré a la universidad a un encuentro de la AEGEE de aquí, y el viernes empiezo la escuela de idiomas. ¡Vida social! Saltemos todos de alegría conmigo, por favor.

El título de la entrada, sin embargo, no se debe a estos eventos que acabo de mencionar. Se debe a que, cuando una au pair se levanta con optimismo, y ve cómo el día empeora por momentos, tiene que racionar ese optimismo con cuentagotas para no hundirse. Se debe a que tiene que pensar que, cuando supere todo eso, se sentirá invencible, Supernanny, y podrá con todo lo que le echen. El espíritu au pairil nunca debe morir.

¿Qué ha pasado, os preguntáis? Quizá al final de esta historia pensáis que soy una exagerada. Es posible, porque yo lo magnifico todo, pero cuando estás viviendo en un país extranjero, en una casa que no es la tuya, con una familia que no es la tuya y oyendo todo el día una lengua que desconoces, los sentimientos están a flor de piel y la falta de costumbre merma los ánimos, especialmente al principio. Esta mañana, sin ir más lejos, la pequeña se ha puesto a vomitar sin parar en el desayuno. Los padres, después de tal festival vomitivo, han seguido dándole de comer, porque la niña quería y ha sido sólo algo "del momento"(aunque la niña esté enferma, tenga tos y mocos y los ojos con tantas legañas que no sé cómo puede ver, de verdad), pero los alemanes son unos fortachones y sus hijos también, que por algo los alimentan a base de verduras y frutas bio, eco y orgánicas. (Es posible que todo esto sean sinónimos). La niña, evidentemente, sólo quería estar con la madre, y aunque no tenía fiebre, estaba claro que no estaba bien. Sin embargo, la madre tenía que ir a comprar (y luego tenía que trabajar), así que me he quedado yo con la peque, que para algo estoy. Parecía que estaba animada, y me ha dicho que le apetecía ir al jardín. Ahí me he confiado yo, pensando que esta sería una mañana más columpiándola hasta dejara de sentir mis brazos, pero no. En ese instante, la niña ha empezado a vomitar sin parar en la escalera. Y a llorar. Todo junto. Vomitar y llorar. ¿He dicho ya que sin parar? Todo estaba por todas partes, incluso en mis leggins. Mi mente se ha quedado en blanco durante un instante, viendo cómo ese torrente no tenía freno. Luego la he cogido en brazos y he bajado las escaleras lo mejor que he podido, intentando no resbalarme con tanto charco de tropezones. Mientras cambiaba a la niña y, yo sin saberlo, le ponía la ropa de su hermana (en mi defensa diré que la camiseta le iba perfecta, qué iba a saber yo), me preguntaba dónde diantres estarían los utensilios para limpiar, es decir la fregona, trapos, cubos con agua, etc. Después de hacer una búsqueda intensiva por los sitiosen los que suelen haber estas cosas en las casas (los baños y debajo del fregadero) y no encontrar ni una mísera fregona, me he armado con servilletas y trapos para limpiar el desperdicio. Durante todo mi recorrido por la casa, escaleras arriba y escaleras abajo, la niña me iba siguiendo, preguntándome que dónde estaba su 'baby'. Su 'baby' estaba en el cubo de la ropa sucia, apestando a vómito. Le he dicho que se estaba lavando, que el pobre también estaba muy sucio, y ella, llena de comprensión, me ha dicho 'claro, es que hacía mucha peste'. No lo sabes bien, bonita.
Todo eso ha pasado a las 10, y yo ya sentía que había corrido una maratón. La peque me rompía el corazón, estaba claro que estaba mala y que no podía más. Se me quedaba dormida en el columpio (la movía muy suavemente, no sufráis), pero no quería irse a la cama, quería jugar, pero no podía moverse, etc. Ha sido entonces cuando la madre ha tenido la idea del día. Se le ha encendido una lucecita en la cabeza, ha cogido a la niña con convicción y me suelta: "Mira, la voy a poner en el cochecito, te la llevas a dar una vuelta y a ver si se queda dormida. ¿No querías ir a explorar la urbanización? ¡Es perfecto!". Ha bajado las escaleras tan rápido que no ha podido ver mi cara de estupefacción. Quizá debería haberle dicho que no me sentía cómoda yendo por mi cuenta cuando la niña se encontraba así, pero no me he atrevido, para qué engañarnos. Aún así, me he armado con mi bolso, mis móviles (los dos inútiles, porque en el español no tengo datos, y en el alemán no me funcionan aún) y mis gafas de sol. La madre me ha explicado la ruta, que era "muy fácil". "Es un círculo", me dice. "Sube, gira a la izquierda, luego a la derecha, cruza el cementerio, sigue, y vuelves por detrás". ¡Listo! Yo, que a veces tengo el ego muy subido, he pensado que si no me he perdido en grandes ciudades como Londres, una urbanización de cuatro calles no debía ser gran cosa. Luego, para completar la guinda del pastel, me ha dado toallitas y trapos, por si volvía a vomitar. Ah, qué detalle.

He emprendido el camino con energía, como todo en esta vida, y al cruzar al cementerio y andar unas calles más, la niña ha empezado a berrear. No a llorar, no. A berrear. La energía que no había usado en toda la mañana la ha sacado entonces para hacer un buen uso de sus cuerdas vocales. No era suficiente con que la oyera yo, sino que tenía que oírla toda la urbanización. Las calles estaban desiertas, silenciosas, y había casas en ambos lados. Me imaginaba a los vecinos mirando por las ventanas, juzgándome. En vez de dar media vuelta y volver por el camino seguro, he decidido hacer lo que me ha dicho la madre, que era dar la vuelta al "círculo" de las narices para volver antes a casa. Qué ingenua de mí. Qué círculo ni qué leches. Todas las calles me han empezado a parecer iguales, y mi estado de ansiedad iba aumentando con cada llanto y con cada calle que no reconocía. La niña seguía llorando y llorando. Parecía que los minutos se convertían en horas y que el tiempo no avanzaba. Ninguno de mis trucos de Supernanny funcionaban. De nada servía cogerla, o cantar, o jugar al veo veo, o hablarle, o callarme. Ella quería a su madre, y la quería ya ya ya. Me ha dado el agobio, y he tenido el impulso de llamar a la madre para decirle que me había perdido y que su hija estaba en un estado de berreo desconsolado. En ese primer momento de pánico aupairil me ha dado igual someterme a la humillación que eso supondría, ya que lo único que quería era que dejara de llorar. Pero, tras un instante, me he enfriado. ¿Qué conseguiría llamándola? Preocuparla y hacerle pensar que no sé apañármelas. La niña hubiera seguido llorando hasta que viniese la madre, y nadie habría salido ganando. Así que he decidido dar media vuelta y dejar que la niña se desgañitase a gusto. He dado varios rodeos, porque he pasado por una casa que estaba en obras varias veces (cuyos obreros buenorros me miraban desde el balcón y el jardín con unas caras...), pero al final he divisado el cementerio de nuevo. No sé cómo he podido alejarme tanto, de verdad. Cuando la niña ha visto su calle, y su casa, ha dejado de llorar. ¡Victoria! Me sentía hecha polvo y con los nervios a flor de piel, además de que hacía un calor insoportable (hola, Alemania, no he traído tanta ropa de verano, así que basta ya). Pero no os preocupéis, aún tenía que pasar más momentos de ridículo por las cosas más tontas como, por ejemplo, no poder abrir puertas. La primera ha sido la puerta de la verja, que no había manera de que se moviera. Al final he pasado la mano por encima y la he abierto desde dentro. La segunda, la puerta de casa. Esto ya es de caso de CSI. Ya me veis a mí con la niña al lado, calmada, pero mirándome impaciente, y yo aún con el sudor resbalándome por la frente, probando las tres llaves una y otra vez, sin suerte. He hecho de tripas corazón y he llamado al timbre. La madre me mira como si hubiera bajado de la Luna, le cuento mis dificultades con la dichosa puerta, y me mira con su cara de póquer habitual. "La puerta se abre con la llave", me dice, llena de obviedad. No me digas. Me decido a mostrarle el problema, yo toda convencida. Pongo la llave para que lo vea, la giro a la izquierda, y la puerta se abre. Imaginaos mi cara. Y el de la madre. Por qué, destino. Por qué.

Estas entradas cada vez son más largas, ay. La verdad es que ponerlo en el blog me ayuda a verlo con perspectiva y a tomarme las cosas de otra manera. Una de las cosas que más me fastidia es el hecho de que la madre trabaje en casa, porque es un arma de doble filo para la au pair. Las niñas saben que su madre está abajo, que si quieren pueden bajar las escaleras y verla, y se aprovechan de ello. ¿Qué puedo hacer cuando la mayor decide hacer precisamente eso, y la pequeña se queda jugando sola en el comedor? No puedo dividirme. Tampoco puedo ponerles una correa y decirles que no se muevan, que no bajen, que no la molesten. Intento distraerlas de mil maneras distintas, a ver hasta cuándo dura el truco, pero a veces es imposible. No sucede muy a menudo, y no creo que a la madre le suponga mucho esfuerzo dedicarle cinco minutos dentro de su jornada laboral a sus hijas, así que intento no torturarme. Lo hago lo mejor que puedo, y ellos lo saben. La verdad es que me siento más cómoda ya, más integrada. He dejado los tejanos en el armario y me paseo con ropa más cómoda. Además, la confianza es tal que ya lavan mi ropa, es decir, que han visto mis Unterhose del derecho y del revés. (Aclaro que lo prefieren así a que me la lave yo y ocupe la lavadora cuando ellos puedan necesitarla por algún motivo -como, por ejemplo, el estropicio apestoso de hoy-, porque yo tenía la idea de lavármela yo misma.)

Para acabar el día, y la semana de trabajo, hoy he cenado solo con el padre porque la madre no se encuentra muy bien del estómago tampoco, y la verdad es que no me voy a quejar. Tienen en consideración lo que les digo (como que la pimienta no me gusta, y ahora se la ponen ellos aparte), me preguntan cómo estoy, si hay algo que necesito, etc. Me han dicho que, por su parte, no hay quejas, que todo va perfecto y que están encantados porque las niñas me han cogido cariño con mucha rapidez. Yo no puedo más que sonreír. Es curioso, porque durante el día a veces, por la mañana, se me hace largo todo, pero luego, cuando acabo, me siento satisfecha y con ganas de seguir pa'lante.

Mañana quiero ir a correr por la mañana. Ya más por dignidad que otra cosa, porque llevo dos noches diciéndoles a los padres que tenía pensado ir por las tardes, y al final me he quedado en casa. ¡Venga, que yo puedo!


03 septiembre 2013

Aclimatación a pasos agigantados

Escribir me relaja y me ayuda a ver las cosas con perspectiva. Sólo llevo un día aquí pero ya he sentido mil emociones. No todas buenas, pero tampoco todas malas. Ahora mismo me siento victoriosa. Las que lleváis tiempo en este mundillo me podéis tachar de ingenua porque sé que aún me queda mucho por recorrer y que habrá patacazos, pero ahora mismo me siento capaz de superarlos. Creo que pensar de este modo es importante, así que me aferro al optimismo para sobrevivir.

En un día ya he notado algunas cosillas que me han sorprendido, por decirlo de algún modo. Más bien, son aspectos que me han chocado bastante y que casi me provocan un paro cardíaco en todo su esplendor. Hablemos un poco de ellos:

  1. la piratería: los que vivís en Alemania ya lo sabéis, así que no os digo nada nuevo cuando explico que aquí se toman esto muy en serio y que no es moco de pavo, como sucede en España. Mis HP ya tuvieron que pagar una multa porque la anterior au pair se bajó algo por torrent (se dejó algo a medias en su país, llegó aquí y aunque no lo activó -o eso entendí-, pudieron rastrearlo y entrar en su IP), así que están escarmentados y no quieren volver a tener problemas. Me contaron que ahora están en La Lista (me reiría si no me hubieran metido tanto miedo en el cuerpo, que un poco más y me convierto en fantasma de lo pálida que me puse) y que de tanto en tanto pueden entrar en su IP a comprobar que no se hacen actividades ilegales. No sé cuánto es verdad y cuánto es mentira, pero lo que sí sé es que no quiero jugármela. La multa que les podría caer (a mí, porque ellos no la pagarían, evidentemente) es de más de 1000€, Pregunté si habría algún problema en ver las series online, y me dijeron que no mientras las viera en páginas legales (seriesly muy legal, que yo sepa, no es). Gente, consejo. ¿Habéis tenido problemas viendo series o películas online? ¿Recomendaciones? Lo mejor de todo es que yo no paraba de preguntarle cosas a la madre, porque ya me había informado y sabía algo del tema, pero ella me miraba extrañada y me decía 'es que, de todos modos, es ilegal. Eso también pasa en España, ¿no?'. Sí, igualito. Le contesté muy educadamente que las leyes no eran tan estrictas como aquí. Se quedó con el ceño fruncido el resto del viaje. 
  2. lo que ellos consideran 'jamón del bueno': les traje jamón de casa y me dijeron que lo empezarían cuando se acabara el que tenían ya abierto, que también estaba rico. Probé el suyo anoche y no repetí, no. Hoy han sacado el mío y he sido rauda y veloz en coger más de un trozo, evidentemente.
  3. la falta de servilletas en las comidas: ¿POR QUÉ? ¿es que no se ensucian la boca o las manos, los alemanes? ¿Es que yo soy muy rara por querer limpiarme las manos? Una de las niñas ha estado toda la tarde con la boca llena de tomate. La abuela se ha manchado las manos de nectarina cuando se la daba a la pequeña, que lo he visto, pero luego ¿DÓNDE SE LAS LIMPIABA? Lo mejor de todo es que sé que hay servilletas en esta casa; las he visto y las tienen todas en un armario. ¿Por qué no las sacan? Que no son trapos de seda, joder. Que son servilletas del súper. 
Esto es aclimatación a pasos agigantados, eso sí. Anoche casi me da un patatús en la cena, porque los abuelos empezaron a hablar con los padres en alemán sin ningún tipo de freno. No hablaban más despacio por haber una extranjera en la mesa, no, sino que parecía que se ahogaban de lo rápido que iban al hablar. Yo me comí mi ensalada en silencio y asentía de tanto en tanto, porque mi nombre es el mismo en todos los idiomas y era consciente de que hablaban de mí, pero no lo entendía todo ni de coña. Sí que entendí que la abuela le dijo a la madre en algún momento que la anterior au pair 'lo entendía todo'. Give me a break, woman, que acabo de llegar. Pero no les guardo rencor, porque son unos bonachones y no paran de ofrecerme comida en la cena. 


Los padres son una joya. El padre es muy, muy majo, y muy abierto. La madre me imponía mucho, porque tiene un aspecto muy serio, pero cuando está con las niñas es muy dulce con ellas y siento que cada vez me coge más confianza. Poco a poco, supongo. No me exigen nada, me dan libertad y me explican las cosas con calma. Aún siento que soy una invitada, y quizá por eso hoy le he preguntado al padre si podía coger un yogur después de cenar (tampoco comen nada de postre. ???????.) y me ha dicho que puedo comer lo que quiera y cuando quiera, que es mi casa, que no hay normas, y que gracias por todo (siempre me está agradeciendo las cosas este hombre). No sabe lo que ha dicho. Dentro de nada me pasearé en pijama a la hora de la cena y apareceré con la legaña en el ojo a la hora del desayuno. Marcad mis palabras. 

Las niñas son un amor. Hoy no ha sido coser y cantar, para qué reconocerlo. La mañana ha sido complicada, pero he podido con ella y, por ello, me siento capaz de poder con todo. A la hora del desayuno, cuando he entrado en la cocina, la mayor ha puesto una cara de espanto que casi me deja clavada ahí mismo. Y la pequeña no paraba de mirarme hipnotizada, mirando cómo desayunaba yo e imitándome. Luego ha pedido jugar conmigo, y ya me la he ganado a lo largo de la mañana. Es muy de rutinas. ¿Que quiere leer un cuento? Pues a leer el mismo cuento una y otra y otra y otra y otra vez. ¿Que quiere columpiarse? Pues a columpiarla hasta que la au pair deje de notar cómo la sangre corre por sus brazos. Me miraba con su sonrisita y sus ojillos de ratón y ya me tenía en el bote. Los abuelos estaban encantados con el progreso, y yo también, para qué negarlo. Después de comer (yo he comido con ella. A las 12. Ole.) la madre la ha acostado un rato y se ve que no paraba de preguntarle que dónde estaba yo, que si yo también estaba durmiendo, y que por qué no podía venir a mi cuarto a dormir conmigo. Me la como.

La mayor, en cambio, se me ha resistido un poco más y ha sido más difícil. Durante el desayuno no me ha dicho absolutamente nada, se ha puesto triste y luego se ha ido al cole medio enfadada. Supongo que ha entendido entonces que la anterior au pair no iba a volver y que ahora había una extraña en casa. A la hora de la comida se ha puesto a berrear tanto que yo pensaba que se quedaba sin cuerdas vocales. La he dejado un rato con la madre, a ver si se calmaba, porque estaba claro que mi presencia allí sólo empeoraba las cosas. Al cabo de media hora he vuelto, con las energías renovadas y dispuesta a ganármela, así que me he sentado con ella y con la madre a jugar al Lego. Al cabo de diez minutos ya estaba construyendo un zoo enorme, yo toda entretenida, y la niña todo el rato poniendo animales dentro. Ha empezado a sonreírme y me llamaba por mi nombre, no por el de la anterior au pair. Después se ha ido a clase de música, y yo he aprovechado esas dos horas para descansar. Al volver, he oído cómo empezaba a llorar muchísimo. Pensaba que volvía a estar enfadada por algo, pero me he fijado y entre berrido y berrido he reconocido mi nombre. Resulta que se había asustado cuando la madre le ha dicho que yo, en ese momento, no estaba (era mi tiempo libre, y eso los padres lo valoran casi más que yo, de momento). He bajado a su habitación y las dos niñas se han puesto con una sonrisa de oreja a oreja al verme, así que hemos subido un rato más a jugar juntas hasta que ha llegado su padre. Entonces sí que me he despedido hasta la hora de la cena porque ese era ya su rato.

Hay momentos en los que me pregunto qué diantres hago aquí. Pero alejo esos pensamientos, y pienso en todo lo que me queda por hacer, y por aprender, y por conocer, y me animo al instante.

02 septiembre 2013

¡Me voy!

Hay personas que funcionan mejor bajo estrés. Rinden más. Hay otras que prefieren hacerlo todo con días de antelación y quitarse el trabajo de encima cuanto antes mejor. Yo no soy así, y mira que lo intento. Siempre acabo haciéndolo todo al final, no sé cómo me lo hago. Pongamos un ejemplo: en vez de hacer la maleta con tiempo y calma, esta semana me he dedicado a cambiar el diseño del blog (para celebrar que es ahora cuando empiezo mi año de au pair). Total, que acabé haciendo la maleta ayer (y casi me da un patatús del estrés). Pero bueno, no pasa nada. La hice, y ahora la he cerrado definitivamente. Me llevo un maletorro enorme en el que, en principio, me tiene que caber ese peso de más que tendré a la vuelta. El problema ahora es que, al tener tanto espacio, he tenido que controlarme con el tema de los kilos, ya que sólo puedo llevar hasta 23. En la próxima entrada ya os contaré qué tal ha ido la facturación y si he tenido que pagar de más. Espero que no, pero tampoco me sorprendería, porque mis prendas 'por si acaso' no se acababan nunca.

Estoy a una hora de irme de casa. Llegaré a Frankfurt a las cinco de la tarde, y luego será una hora y media más en coche, con la madre, hasta que lleguemos a Kaiserslautern. Nervios, nervios. Y muchísimas ganas de empezar.

Nos vemos en la próxima entrada, ya en tierras alemanas :)

24 agosto 2013

Vuelta a casa

¿Para qué prometo nada? Prohibidme que prometa cosas en el blog, como escribir más a menudo y esas cosas, porque he estado más de un mes sin escribir nada. Escribo ahora porque he vuelto de mis viajes: estuve una semana en Ávila con unas amigas, y luego con otras fuimos a Praga, Viena y Budapest. Os dejo algunas fotos :)











El lado malo de todo esto es que ahora se me echa el tiempo encima. Me queda una semana en casa y aún tengo que hacer mil cosas antes de irme como, por ejemplo, solucionar el tema del móvil. Creo que la opción más sensata será dar de baja la línea y usar un móvil libre para ponerme una tarjeta alemana. A lo largo de la próxima semana os contaré si he tenido éxito haciendo la maleta, porque aún tengo que sacar la ropa de invierno del armario y ver qué me llevo y qué dejo. 
(Y también tengo que comprar los regalos a la familia y las niñas. Con los padres lo tengo claro -vino, aceite, quizá jamón-, pero con las niñas estoy dudando más. Hum.)

04 julio 2013

Libertad

Al final lo conseguí. ¡He acabado la carrera! El mes de junio fue horrible, pero creo que eso ya lo sabéis porque, como buena quejica que soy, no ha habido entrada en el blog en la que no mencionara el estrés que estaba pasando. (Soy muy dramática, eso también es cierto). Al final todo fue bien. Acabé el trabajo de fin de grado, acabé las prácticas, acabé las asignaturas, tuve mi cena de fin de curso, se casó mi hermano, y ahora ya puedo dormir sin tener que ponerme la alarma por las mañanas. Felicidad. Vacaciones. Verano. Pondría una foto de la graduación para conmemorar tal dicha, pero mi universidad es tan genial que no hacen la ceremonia hasta el 30 de noviembre. 30.de.noviembre. Sí, tendré que volver de Alemania para ese fin de semana. No, aún no se lo he dicho a mi host family porque quedan mil meses y la au pair me contó que solo tuvo un babysitting en 9 meses, así que yo creo que si les aviso una vez llegue, con tiempo, no habrá problemas. Eso espero, ay.

Hablando de mi host family, he estado en contacto con la madre estas semanas. He comprado el vuelo (¡me voy el 2 de septiembre!) y ella, a su vez, me ha reservado plaza para el curso de alemán, en el nivel B1. Le he dicho que no me compre los libros aún, por muy dispuesta que ella esté, porque prefiero esperarme a llegar y asistir a la primera clase para ver qué tal es el nivel. Si veo que voy muy justa, me pasarán al A2, que es de hecho el nivel que he sacado en el test de nivel que he hecho online. Lo cierto es que hace un año que no hago nada de alemán y por eso no me sorprende tal resultado, pero como estuve a punto de acabar 4º de la EOI en su día y eso en principio es un B1, e hice un curso de alemán en Münster y también saqué un B1, por eso la madre me ha reservado plaza para dicho nivel. Soy consciente de que mi nivel está muy...desnivelado, valga la redundancia. Sé bastante de gramática, pero tengo muy poca base en cuanto a vocabulario y producción oral. Así que ya veré qué curso es el más adecuado una vez llegue. No sirve de nada que ahora me empiece a preocupar (pero lo hago. Me da miedo llegar y no entender absolutamente nada. PÁNICO.). Estos dos meses haré un intensivo de alemán por internet, mirando vídeos y haciendo ejercicios, a ver si refresco la memoria y, al llegar a Alemania, entienda algo más allá del guten Morgen.

Por otro lado, ahora que ya soy libre, ya no tengo excusas, así que he decidido escribir más a menudo y ser más activa en lo que viene a ser la comunidad de au pair. Me encanta leeros pero soy muy mala y nunca comento por falta de tiempo, pero eso se acabó. También me he inscrito en el foro de Mundo Au Pair y quiero participar en Spaniards, pero es una web muy grande y me siento bastante perdida. Tengo que investigar a fondo, hum.

02 junio 2013

A la ligera


It’s dark because you are trying too hard. 
Lightly child, lightly. Learn to do everything lightly. 
Yes, feel lightly even though you’re feeling deeply. 
Just lightly let things happen and lightly cope with them. 
-Aldous Huxley



Después de la última entrada, leer vuestros comentarios, hablar con más gente y pensarlo bien, he decidido que no me voy a cambiar de familia. Los escogí por algo y creo que tenéis razón, tener una buena familia es muy importante, y si por A o por B una vez allí veo que pasan los meses y la cosa no cuaja, siempre puedo cambiarme (espero no tener que hacerlo, claro). Estoy mucho más tranquila al respecto porque hablé con la au pair y me resolvió muchas de las dudas que tenía. Me volvió a hablar maravillas de las niñas y me explicó que nunca había tenido ningún problema con los padres. Además, se ve que cuando la familia estaba en proceso de selección de au pair, ella quería que me cogieran a mí, que les dijo a los padres que yo le había gustado mucho. Es un amor la muchacha. No la conoceré porque ella se va el 25 de agosto y yo llegaré a Alemania el 1 de septiembre, así que es una pena. Ya me ha dicho que tiene muy buenas amigas en la zona y que les dirá que me acojan y estén por mí por si necesito cualquier cosa. 

Tengo más preguntas que hacerle, pero creo que ya se las haré a la familia. Estoy nerviosa, y mira que aún tengo tiempo de sobras. Me pregunto si sabré hacerlo bien, si le gustaré a las niñas, si me sabré adaptar, si sabré espavilarme con el alemán, si sobreviviré al frío, si... Supongo que es normal. Luego pienso que todo esto pasará y que la experiencia será genial. Tengo muchas ganas de irme, y miedo al mismo tiempo. Me pasó lo mismo con el Erasmus, pero el Erasmus fue más corto (solo 3 meses, esa historia es para otra entrada si os interesa), y esto es todo un año. 

Pero antes tengo que acabar el curso. Me he puesto un calendario en la pared y seré completamente libre el día 26 de junio, cuando ya haya hecho la defensa oral del trabajo de fin de grado, pero mi medio libertad empezará el 17, cuando ya no tenga clases ni nada por el estilo. I can't wait. 

¿Y vosotros? ¿Habéis acabado ya o aún estáis de exámenes o con entregas? Tomáos las cosas con calma, como dice el poema que he colgado al principio de la entrada. Luego miraremos atrás y pensaremos que para qué tantos nervios, para qué darle importancia a problemas que no aún no existen (como el drama con mi familia au pair) si lo que es realmente importante es vivir y ser feliz. Hay que tomarse la vida más a la ligera.




PD: Por cierto, ¿alguien sabe si existe alguna opción en blogger que permita recibir notificaciones cuando te contestan en un blog que no es el tuyo? Me encanta dejaros comentarios, pero luego tengo que volver a la entrada vuestra en cuestión para leer vuestra respuesta y seguro que me he perdido unos cuantos :( Hace muchos años sé que se podía activar de algún modo, pero con esta nueva interfaz estoy perdida y no lo encuentro.