22 septiembre 2013

Lerne leiden ohne zu klagen

(o "aprende a sufrir sin quejarte")

Por otros blogs podría decir que, antes de venir, estaba familiarizada con los llamados "malos días" de una au pair. Días en los que todo está del revés y no hay manera de que nada te salga bien, o días en los que el más mínimo comentario es un ataque y sólo tienes ganas de mandarlo todo a la mierda, hacer las maletas y volver a casa. Pero pensaba que sólo eran eso: días. Días sueltos, separados entre ellos. No días seguidos. No una semana entera.

Ahora que ya estamos a domingo, puedo decir sin duda alguna que esta ha sido, con diferencia, mi peor semana. Siete días en las que mis emociones se han subido a una montaña rusa y han decidido dar por saco. Todo empezó tras mi visita a Koblenz, cuando vi que mi amiga allí tiene una HM que da envidia. Yo, por desgracia, siempre acostumbro a ver (envidiar, más bien) lo bueno que tienen los demás e ignorar lo que tengo yo, así que me empecé a comer la cabeza sin parar. Mi problema era que llevaba dos semanas con mi familia trabajando 40 horas semanales y no había tenido ningún tipo de compensación. Ni más tiempo libre, ni más dinero, ni más nada. Me sentí, de repente, explotada. Empecé a alimentar mi propia miseria con más quejas sobre mi familia que, de hecho, ahora las veo como nimiedades, y convertí un problema, fácilmente solucionable con una conversación, en una gran tragedia. Ya os podéis imaginar el drama. Que si me había equivocado de familia, que si que mala suerte tenía, que si la madre era muy seca (esto es un hecho innegable), etc. Después de regodearme el lunes en mi pena, y tras extensas conversaciones con mi familia (real) y amigos en las que me decían que dejara de comerme los mocos y hablara de una vez con los padres (de aquí), me armé de valor y lo hice. Me recorría un sudor frío. Así de nerviosa me sentía. Si es que todo lo tengo que magnificar yo, de verdad. Al final no fue para tanto, está claro. Acordamos en un momento que el martes los tendría libres de ahora en adelante, salvo media hora en la que tendría que quedarme con la pequeña para darle la comida, mientras la madre va a la guardería a recoger a la mayor. Me pareció un buen trato. Que sí, que siguen siendo más de 30 horas semanales, pero tampoco voy a ser tan estricta, la verdad. Sé que cuando yo necesite algo me lo darán sin problemas. Podéis pensar, lógicamente, que este es el fin del drama. Pues no. A pesar de haber hablado con ellos, seguí sintiéndome muy mal. Tenía muchos bajones, los días se me hacían eternos y aunque fui a mis clases de alemán e incluso quedé con gente, me sentía terriblemente infeliz. Cualquier comentario que me hacía la madre, en su tono habitual, me lo tomaba como un ataque. Las niñas estaban más rebeldes que de costumbre y todo era una discusión: no, no puedes subirte a la mesa, que no eres un mono; no, si quieres ir al parque tengo que ponerte el pañal, cielo, no ves que no puedes ir con el culo al aire; no, no puedes cruzar la calle tú sola como una suicida sin darme la mano. No, no, no, no. Construía mis pensamientos alrededor de los no y toda yo estaba condicionada por ellos. Todo era negativo. Un maldito agujero negro. Tenía jaquecas de tanto llorar y todo. El miércoles estaba ya en el pozo, hundida, y el jueves pensaba que las cosas ya no podían ir a peor.

Pero ha vuelto a salir el sol. Literalmente. Mi cerebro ha hecho clic. Es cierto que todo está en la mente, en cómo te ves tú, en cómo afrontas tú las situaciones. Si te pasas el día regodeándote en lo infeliz que eres, es evidente que serás incapaz de verle el lado bueno a las cosas. No sé en qué momento decidí cambiar el chip, pero sé que cada vez estaba más harta de mí misma y de mi actitud, así que dejé de pensar que trabajar de au pair era un castigo que me había impuesto (pensamiento irracional donde los haya) y me obligué a salir de mi modo croqueta. Asombrosamente, la sensación de desasosiego fue desapareciendo. Ayer salí yo sola a dar una vuelta por el centro, después me fui a comer y luego al cine a ver una película en alemán. La película (City of Bones) ya la había visto en castellano, y en parte gracias a ello pude entender la mayor parte de los diálogos. Salí muy satisfecha de la sala, aunque la gente me miraba raro porque iba sola por la vida. Me hizo mucha gracia porque el chico de la taquilla me dio conversación cuando fui a comprar la entrada, y me supe apañar con mi alemán y todo. Pequeños éxitos, supongo. Hoy, por ejemplo, he ido a Mannheim a una quedada de au pairs. No ha ido como me esperaba, pero me ha dado igual. He vuelto contenta a casa, con ganas de poder cenar con mis padres de aquí. No hemos hablado de política (mañana por la noche les saco el tema sí o sí), sino de mi cumpleaños, que es este viernes y les quiero hacer un bizcocho, aunque la madre se haya ofrecido en hacerlo ella. Mañana empiezo mi cuarta semana aquí, y aunque estas tres han pasado lentas, creo que las que vienen no se me harán tan pesadas. 

Siento la entrada medio deprimente, pero tenía que escribirla. A lo largo de esta semana he pensado muchas veces en dejar constancia en el blog de lo mal que lo estaba pasando, pero me he contenido. No quería regodearme tanto en mis penas, la verdad, y ponerlas por escrito les otorga una importancia que, realmente, no tienen. Soy consciente de que tiene que pasar cierto tiempo hasta que me sienta cómoda y completamente a gusto, y sé que un papel muy importante lo juega la gente con la que quede y los amigos que haga (amigos, que no conocidos), pero también dependerá mucho de cómo esté yo. No quiero volver a sentirme como me he sentido estos días, eso lo tengo claro. Quiero dejar esta entrada para, cuando esté mal, releerla y recordar que, si quiero estar bien, tengo que ser yo la que decida esforzarse por ser feliz. Nadie lo será por mí.

Me despido con una pregunta para mis lectoras y lectores: ¿alguien ha ido a la Oktoberfest de Stuttgart? ¿Merece la pena? ¿Hay mucho descontrol? 


13 septiembre 2013

Tiempo aparte

Viajar siempre ha supuesto, para mí, un tiempo aparte. Un paréntesis. Unas vacaciones dentro de la rutina y del estrés que, a veces, amenazaba con matarme las ideas y, ya puestos, los ánimos. Visitar una ciudad desconocida, reservar hostales y encajar combinaciones de vuelos, buses y trenes suponía una desconexión de la monotonía de la universidad y de las obligaciones que, como buena persona responsable y adulta que soy (?), tenía que cumplir. Pero los viajes siempre han sido eso; un período corto, y un período acompañada. Me pongo a pensar en ello y me doy cuenta de que siempre he estado protegida por caras amigas, resguardada en mi zona de confort. Incluso estuve acompañada cuando me fui de Erasmus a Inglaterra, ya que de mi universidad nos íbamos ocho estudiantes al mismo sitio, y era inevitable encontrarse. (O quizás no, pero fue así como sucedió al final.)

Ahora, al estar aquí de au pair, es distinto. Es cierto que esto tiene también una fecha límite, un tiempo delimitado, pero me está obligando a valerme por mí misma y a resolver problemas sin la ayuda de nadie. Me pueden aconsejar amigos y familiares (y vaya si lo hacen...) pero la que tiene que tragarse los mocos y tirar pa'lante soy yo, así que no queda otra que apechugar y seguir. Lo que me da más risa de todo esto es que yo siempre me había considerado una persona muy independiente, pero me estoy dando cuenta de que quizás no lo era tanto. Siempre va bien darse cuenta de las flaquezas de uno para poder mejorarlas, supongo. Cuando leía en los blogs de otras au pairs que esta era una experiencia que te obligaba a madurar por narices era un poco suspicaz. No será para tanto, pensaba. Qué ilusa era, ay.

Cambiando de tema, y dejando a un lado estas profundas reflexiones sobre mi persona (indispensables, cómo no), esta segunda semana me ha servido para familiarizarme con la que será mi vida a lo largo de este año. Desde aquí declaro:
  • que el tiempo en Alemania es una mierda. Cómo puede ser que la semana pasada me estuviera quejando del calor que hacía y que estos días no haya hecho más que llover, llover y llover. Eso me pasa por hablar, definitivamente. Estamos a setiembre y hemos tenido que encender la calefacción. La calefacción. Lo repito para que os cale, lectores que ahora mismo estáis en manga corta. No quiero ni imaginarme cómo estará esto en diciembre. De verdad, no quiero. ¿Qué obsesión tengo yo con los países en los que el sol apenas sale, si siempre lo paso tan mal? Que alguien me lo explique, por favor, porque esto no es normal.
  • que las niñas, por separado, son manejables, pero que cuando las juntas, o se odian o se adoran. Un poco lo que me pasa a mí con ellas, para qué negarlo. Cuando la mayor quiere lo que tiene la pequeña y, si no lo tiene, se pone a chillar cual niña poseída, o cuando la pequeña quiere a su madre porque se ha caído (y no se ha hecho absolutamente nada), y se pone a patalear y a ponerse tan roja que crees que le explotará alguna vena, me armo de paciencia y cuento hasta diez, cincuenta, o hasta mil, lo que sea para no explotar yo. Pienso que son reacciones del momento. Que luego, cuando pase la tormenta (porque siempre pasa), te miran con una sonrisa, o te dan un beso, y saben que te tienen en el bote. Malditas. (Pero a veces las mataba.)
  • que la rutina es mano de santo. En momentos de estrés y de avalancha de pensamientos negativos, del tipo 'qué diantres hago aquí', pienso que tal día tengo clase de alemán, que el fin de semana visitaré tal ciudad, que tengo que comprarme esto o lo otro. Pienso en mi tiempo aparte, y el agobio disminuye. Además, ahora ya no me siento tan desamparada como los primeros días. Supongo que me voy acostumbrando, y eso siempre es bueno.
  • que cambiar un pañal reciclable no es moco de pavo. Y menos cuando la niña en cuestión no ha hecho una 'mini caca' como te había prometido. Os juro que no creo que pueda quitarme esa imagen de mi cabeza en toda mi vida. (Esto ha sucedido hoy. Ha sido la primera mañana que he estado completamente sola con la pequeña porque la madre tenía que ir a trabajar a no sé dónde, y lo primero que he pensado ha sido 'por favor, que no se haga caca'. Más que nada porque la madre no me había explicado cuál era el procedimiento a seguir con un pañal reciclable que abulta la vida entera, tiene mil capas y toallas, y no hay manera de enganchar con el velcro. Hoy, al cambiarla, me he preguntado hasta qué punto es reciclable un pañal reciclable cuando la niña no hace mini cacas ni de lejos. Fin del momento escatológico de la entrada).
  • que conocer gente y hablar con personas que no son a) ni tus jefes, ni b) niñas de 2 y 4 años, va bien para el alma. Esta semana he empezado el curso de alemán. En principio tenía clase solo los viernes, dos horas y media, pero resulta que no había suficiente gente para ese curso y lo anularon, así que me presenté el jueves –era el segundo día ya, pero en fin– a un curso 'inferior' . Era una clase de B1, así que no sé dónde pretendía meterme la madre, porque llego a ir a una clase de B2 y no salgo viva de allí. En definitiva, que me encantó. Todo. Somos siete personas, creo, y la profesora es muy amable y comprensiva. Lo entendí todo. Casi lloro de la emoción, sin exagerar. Vale que la mujer me hablaba como si fuera retrasada, porque me cuesta mucho soltarme aunque entienda lo que me digan (frustración máxima), pero volví a casa motivada. Además, que son dos tardes, y haré más horas a la semana. También conocí a dos estudiantes de la universidad (de la AEGEE de Kaiserslautern) y me han abierto las puertas a una vida social inminente, ya que me han dicho que me avisarán cuando queden y salgan, y que tengo que apuntarme al gimnasio de la universidad, al club internacional, etc etc. No creo que tenga tiempo de todo, pero bueno. Planes, planes.
  • que mi sentido de la orientación sigue siendo nulo. Para encontrar las paradas del bus de mi urbanización estuve deambulando media hora por la urbanización cuando resulta que estaban a diez minutos de mi casa. Al final las encontré, pero me cagué en todo, porque hacía un viento increíble y acabé congelada. Ayer también me perdí para llegar a la Volkshochschule (escuela de alemán). Resulta que estaba yendo en dirección contraria de la que supuestamente tenía que ir. Ole yo. Allí ya cedí porque no quería llegar tarde y le pregunté a una mujer si me podía ayudar. Me acompañó un trozo y todo, y resulta que estaba a cinco minutos de mi parada del bus. ¿Por qué me pasan a mí estas cosas? Mi incompetencia a veces me supera.
  • que los carritos de bebés alemanes son horribles. Eso no se puede conducir. No se puede. ¿Cómo pueden costar tanto? ¿Cómo pueden atascarse tanto? ¿POR QUÉ NO SE MUEVEN LAS RUEDAS COMO DEBERÍAN MOVERSE? El primer día acabé con una tensión en los brazos que parecía que hubiera hecho pesas y todo. La virgen.
Reconozco que esta es una entrada caótica. Pensaba hacer una sólo hablando de las niñas, porque lo que me pasa con ellas da para un libro entero, pero creo que ya lo haré en otra ocasión. Estoy cansada, pero hoy es viernes (¡¡!!) y mañana me voy a Koblenz, a pasar el fin de semana allí, en casa de una chica que también es au pair. Saldremos con otras au pairs de la ciudad, compartiremos nuestras penas, y básicamente desconectaremos de tanto llanto y piezas de Lego. Felicidad sin adulterar.

(Sólo espero no tener problemas para llegar allí. Porque tengo que hacer transbordo y tengo diez minutos para coger el siguiente tren, y visto lo visto soy capaz de perderme en la estación o no encontrar el andén. Ay.)


06 septiembre 2013

Ser au pair endurece el carácter

Hoy me he levantado con energía, pensando que por fin era viernes y que mañana por fin podría dormir más y, además, iría a la ciudad con los padres y las niñas. La verdad es que preferiría ir sola, pero me consuelo pensando que es la primera semana y que así aprovechan ellos para enseñarme dónde está todo. Lo que sea con salir de la casa y de la urbanización en la que viven. La semana que viene pinta muchísimo mejor, porque el miércoles iré a la universidad a un encuentro de la AEGEE de aquí, y el viernes empiezo la escuela de idiomas. ¡Vida social! Saltemos todos de alegría conmigo, por favor.

El título de la entrada, sin embargo, no se debe a estos eventos que acabo de mencionar. Se debe a que, cuando una au pair se levanta con optimismo, y ve cómo el día empeora por momentos, tiene que racionar ese optimismo con cuentagotas para no hundirse. Se debe a que tiene que pensar que, cuando supere todo eso, se sentirá invencible, Supernanny, y podrá con todo lo que le echen. El espíritu au pairil nunca debe morir.

¿Qué ha pasado, os preguntáis? Quizá al final de esta historia pensáis que soy una exagerada. Es posible, porque yo lo magnifico todo, pero cuando estás viviendo en un país extranjero, en una casa que no es la tuya, con una familia que no es la tuya y oyendo todo el día una lengua que desconoces, los sentimientos están a flor de piel y la falta de costumbre merma los ánimos, especialmente al principio. Esta mañana, sin ir más lejos, la pequeña se ha puesto a vomitar sin parar en el desayuno. Los padres, después de tal festival vomitivo, han seguido dándole de comer, porque la niña quería y ha sido sólo algo "del momento"(aunque la niña esté enferma, tenga tos y mocos y los ojos con tantas legañas que no sé cómo puede ver, de verdad), pero los alemanes son unos fortachones y sus hijos también, que por algo los alimentan a base de verduras y frutas bio, eco y orgánicas. (Es posible que todo esto sean sinónimos). La niña, evidentemente, sólo quería estar con la madre, y aunque no tenía fiebre, estaba claro que no estaba bien. Sin embargo, la madre tenía que ir a comprar (y luego tenía que trabajar), así que me he quedado yo con la peque, que para algo estoy. Parecía que estaba animada, y me ha dicho que le apetecía ir al jardín. Ahí me he confiado yo, pensando que esta sería una mañana más columpiándola hasta dejara de sentir mis brazos, pero no. En ese instante, la niña ha empezado a vomitar sin parar en la escalera. Y a llorar. Todo junto. Vomitar y llorar. ¿He dicho ya que sin parar? Todo estaba por todas partes, incluso en mis leggins. Mi mente se ha quedado en blanco durante un instante, viendo cómo ese torrente no tenía freno. Luego la he cogido en brazos y he bajado las escaleras lo mejor que he podido, intentando no resbalarme con tanto charco de tropezones. Mientras cambiaba a la niña y, yo sin saberlo, le ponía la ropa de su hermana (en mi defensa diré que la camiseta le iba perfecta, qué iba a saber yo), me preguntaba dónde diantres estarían los utensilios para limpiar, es decir la fregona, trapos, cubos con agua, etc. Después de hacer una búsqueda intensiva por los sitiosen los que suelen haber estas cosas en las casas (los baños y debajo del fregadero) y no encontrar ni una mísera fregona, me he armado con servilletas y trapos para limpiar el desperdicio. Durante todo mi recorrido por la casa, escaleras arriba y escaleras abajo, la niña me iba siguiendo, preguntándome que dónde estaba su 'baby'. Su 'baby' estaba en el cubo de la ropa sucia, apestando a vómito. Le he dicho que se estaba lavando, que el pobre también estaba muy sucio, y ella, llena de comprensión, me ha dicho 'claro, es que hacía mucha peste'. No lo sabes bien, bonita.
Todo eso ha pasado a las 10, y yo ya sentía que había corrido una maratón. La peque me rompía el corazón, estaba claro que estaba mala y que no podía más. Se me quedaba dormida en el columpio (la movía muy suavemente, no sufráis), pero no quería irse a la cama, quería jugar, pero no podía moverse, etc. Ha sido entonces cuando la madre ha tenido la idea del día. Se le ha encendido una lucecita en la cabeza, ha cogido a la niña con convicción y me suelta: "Mira, la voy a poner en el cochecito, te la llevas a dar una vuelta y a ver si se queda dormida. ¿No querías ir a explorar la urbanización? ¡Es perfecto!". Ha bajado las escaleras tan rápido que no ha podido ver mi cara de estupefacción. Quizá debería haberle dicho que no me sentía cómoda yendo por mi cuenta cuando la niña se encontraba así, pero no me he atrevido, para qué engañarnos. Aún así, me he armado con mi bolso, mis móviles (los dos inútiles, porque en el español no tengo datos, y en el alemán no me funcionan aún) y mis gafas de sol. La madre me ha explicado la ruta, que era "muy fácil". "Es un círculo", me dice. "Sube, gira a la izquierda, luego a la derecha, cruza el cementerio, sigue, y vuelves por detrás". ¡Listo! Yo, que a veces tengo el ego muy subido, he pensado que si no me he perdido en grandes ciudades como Londres, una urbanización de cuatro calles no debía ser gran cosa. Luego, para completar la guinda del pastel, me ha dado toallitas y trapos, por si volvía a vomitar. Ah, qué detalle.

He emprendido el camino con energía, como todo en esta vida, y al cruzar al cementerio y andar unas calles más, la niña ha empezado a berrear. No a llorar, no. A berrear. La energía que no había usado en toda la mañana la ha sacado entonces para hacer un buen uso de sus cuerdas vocales. No era suficiente con que la oyera yo, sino que tenía que oírla toda la urbanización. Las calles estaban desiertas, silenciosas, y había casas en ambos lados. Me imaginaba a los vecinos mirando por las ventanas, juzgándome. En vez de dar media vuelta y volver por el camino seguro, he decidido hacer lo que me ha dicho la madre, que era dar la vuelta al "círculo" de las narices para volver antes a casa. Qué ingenua de mí. Qué círculo ni qué leches. Todas las calles me han empezado a parecer iguales, y mi estado de ansiedad iba aumentando con cada llanto y con cada calle que no reconocía. La niña seguía llorando y llorando. Parecía que los minutos se convertían en horas y que el tiempo no avanzaba. Ninguno de mis trucos de Supernanny funcionaban. De nada servía cogerla, o cantar, o jugar al veo veo, o hablarle, o callarme. Ella quería a su madre, y la quería ya ya ya. Me ha dado el agobio, y he tenido el impulso de llamar a la madre para decirle que me había perdido y que su hija estaba en un estado de berreo desconsolado. En ese primer momento de pánico aupairil me ha dado igual someterme a la humillación que eso supondría, ya que lo único que quería era que dejara de llorar. Pero, tras un instante, me he enfriado. ¿Qué conseguiría llamándola? Preocuparla y hacerle pensar que no sé apañármelas. La niña hubiera seguido llorando hasta que viniese la madre, y nadie habría salido ganando. Así que he decidido dar media vuelta y dejar que la niña se desgañitase a gusto. He dado varios rodeos, porque he pasado por una casa que estaba en obras varias veces (cuyos obreros buenorros me miraban desde el balcón y el jardín con unas caras...), pero al final he divisado el cementerio de nuevo. No sé cómo he podido alejarme tanto, de verdad. Cuando la niña ha visto su calle, y su casa, ha dejado de llorar. ¡Victoria! Me sentía hecha polvo y con los nervios a flor de piel, además de que hacía un calor insoportable (hola, Alemania, no he traído tanta ropa de verano, así que basta ya). Pero no os preocupéis, aún tenía que pasar más momentos de ridículo por las cosas más tontas como, por ejemplo, no poder abrir puertas. La primera ha sido la puerta de la verja, que no había manera de que se moviera. Al final he pasado la mano por encima y la he abierto desde dentro. La segunda, la puerta de casa. Esto ya es de caso de CSI. Ya me veis a mí con la niña al lado, calmada, pero mirándome impaciente, y yo aún con el sudor resbalándome por la frente, probando las tres llaves una y otra vez, sin suerte. He hecho de tripas corazón y he llamado al timbre. La madre me mira como si hubiera bajado de la Luna, le cuento mis dificultades con la dichosa puerta, y me mira con su cara de póquer habitual. "La puerta se abre con la llave", me dice, llena de obviedad. No me digas. Me decido a mostrarle el problema, yo toda convencida. Pongo la llave para que lo vea, la giro a la izquierda, y la puerta se abre. Imaginaos mi cara. Y el de la madre. Por qué, destino. Por qué.

Estas entradas cada vez son más largas, ay. La verdad es que ponerlo en el blog me ayuda a verlo con perspectiva y a tomarme las cosas de otra manera. Una de las cosas que más me fastidia es el hecho de que la madre trabaje en casa, porque es un arma de doble filo para la au pair. Las niñas saben que su madre está abajo, que si quieren pueden bajar las escaleras y verla, y se aprovechan de ello. ¿Qué puedo hacer cuando la mayor decide hacer precisamente eso, y la pequeña se queda jugando sola en el comedor? No puedo dividirme. Tampoco puedo ponerles una correa y decirles que no se muevan, que no bajen, que no la molesten. Intento distraerlas de mil maneras distintas, a ver hasta cuándo dura el truco, pero a veces es imposible. No sucede muy a menudo, y no creo que a la madre le suponga mucho esfuerzo dedicarle cinco minutos dentro de su jornada laboral a sus hijas, así que intento no torturarme. Lo hago lo mejor que puedo, y ellos lo saben. La verdad es que me siento más cómoda ya, más integrada. He dejado los tejanos en el armario y me paseo con ropa más cómoda. Además, la confianza es tal que ya lavan mi ropa, es decir, que han visto mis Unterhose del derecho y del revés. (Aclaro que lo prefieren así a que me la lave yo y ocupe la lavadora cuando ellos puedan necesitarla por algún motivo -como, por ejemplo, el estropicio apestoso de hoy-, porque yo tenía la idea de lavármela yo misma.)

Para acabar el día, y la semana de trabajo, hoy he cenado solo con el padre porque la madre no se encuentra muy bien del estómago tampoco, y la verdad es que no me voy a quejar. Tienen en consideración lo que les digo (como que la pimienta no me gusta, y ahora se la ponen ellos aparte), me preguntan cómo estoy, si hay algo que necesito, etc. Me han dicho que, por su parte, no hay quejas, que todo va perfecto y que están encantados porque las niñas me han cogido cariño con mucha rapidez. Yo no puedo más que sonreír. Es curioso, porque durante el día a veces, por la mañana, se me hace largo todo, pero luego, cuando acabo, me siento satisfecha y con ganas de seguir pa'lante.

Mañana quiero ir a correr por la mañana. Ya más por dignidad que otra cosa, porque llevo dos noches diciéndoles a los padres que tenía pensado ir por las tardes, y al final me he quedado en casa. ¡Venga, que yo puedo!


03 septiembre 2013

Aclimatación a pasos agigantados

Escribir me relaja y me ayuda a ver las cosas con perspectiva. Sólo llevo un día aquí pero ya he sentido mil emociones. No todas buenas, pero tampoco todas malas. Ahora mismo me siento victoriosa. Las que lleváis tiempo en este mundillo me podéis tachar de ingenua porque sé que aún me queda mucho por recorrer y que habrá patacazos, pero ahora mismo me siento capaz de superarlos. Creo que pensar de este modo es importante, así que me aferro al optimismo para sobrevivir.

En un día ya he notado algunas cosillas que me han sorprendido, por decirlo de algún modo. Más bien, son aspectos que me han chocado bastante y que casi me provocan un paro cardíaco en todo su esplendor. Hablemos un poco de ellos:

  1. la piratería: los que vivís en Alemania ya lo sabéis, así que no os digo nada nuevo cuando explico que aquí se toman esto muy en serio y que no es moco de pavo, como sucede en España. Mis HP ya tuvieron que pagar una multa porque la anterior au pair se bajó algo por torrent (se dejó algo a medias en su país, llegó aquí y aunque no lo activó -o eso entendí-, pudieron rastrearlo y entrar en su IP), así que están escarmentados y no quieren volver a tener problemas. Me contaron que ahora están en La Lista (me reiría si no me hubieran metido tanto miedo en el cuerpo, que un poco más y me convierto en fantasma de lo pálida que me puse) y que de tanto en tanto pueden entrar en su IP a comprobar que no se hacen actividades ilegales. No sé cuánto es verdad y cuánto es mentira, pero lo que sí sé es que no quiero jugármela. La multa que les podría caer (a mí, porque ellos no la pagarían, evidentemente) es de más de 1000€, Pregunté si habría algún problema en ver las series online, y me dijeron que no mientras las viera en páginas legales (seriesly muy legal, que yo sepa, no es). Gente, consejo. ¿Habéis tenido problemas viendo series o películas online? ¿Recomendaciones? Lo mejor de todo es que yo no paraba de preguntarle cosas a la madre, porque ya me había informado y sabía algo del tema, pero ella me miraba extrañada y me decía 'es que, de todos modos, es ilegal. Eso también pasa en España, ¿no?'. Sí, igualito. Le contesté muy educadamente que las leyes no eran tan estrictas como aquí. Se quedó con el ceño fruncido el resto del viaje. 
  2. lo que ellos consideran 'jamón del bueno': les traje jamón de casa y me dijeron que lo empezarían cuando se acabara el que tenían ya abierto, que también estaba rico. Probé el suyo anoche y no repetí, no. Hoy han sacado el mío y he sido rauda y veloz en coger más de un trozo, evidentemente.
  3. la falta de servilletas en las comidas: ¿POR QUÉ? ¿es que no se ensucian la boca o las manos, los alemanes? ¿Es que yo soy muy rara por querer limpiarme las manos? Una de las niñas ha estado toda la tarde con la boca llena de tomate. La abuela se ha manchado las manos de nectarina cuando se la daba a la pequeña, que lo he visto, pero luego ¿DÓNDE SE LAS LIMPIABA? Lo mejor de todo es que sé que hay servilletas en esta casa; las he visto y las tienen todas en un armario. ¿Por qué no las sacan? Que no son trapos de seda, joder. Que son servilletas del súper. 
Esto es aclimatación a pasos agigantados, eso sí. Anoche casi me da un patatús en la cena, porque los abuelos empezaron a hablar con los padres en alemán sin ningún tipo de freno. No hablaban más despacio por haber una extranjera en la mesa, no, sino que parecía que se ahogaban de lo rápido que iban al hablar. Yo me comí mi ensalada en silencio y asentía de tanto en tanto, porque mi nombre es el mismo en todos los idiomas y era consciente de que hablaban de mí, pero no lo entendía todo ni de coña. Sí que entendí que la abuela le dijo a la madre en algún momento que la anterior au pair 'lo entendía todo'. Give me a break, woman, que acabo de llegar. Pero no les guardo rencor, porque son unos bonachones y no paran de ofrecerme comida en la cena. 


Los padres son una joya. El padre es muy, muy majo, y muy abierto. La madre me imponía mucho, porque tiene un aspecto muy serio, pero cuando está con las niñas es muy dulce con ellas y siento que cada vez me coge más confianza. Poco a poco, supongo. No me exigen nada, me dan libertad y me explican las cosas con calma. Aún siento que soy una invitada, y quizá por eso hoy le he preguntado al padre si podía coger un yogur después de cenar (tampoco comen nada de postre. ???????.) y me ha dicho que puedo comer lo que quiera y cuando quiera, que es mi casa, que no hay normas, y que gracias por todo (siempre me está agradeciendo las cosas este hombre). No sabe lo que ha dicho. Dentro de nada me pasearé en pijama a la hora de la cena y apareceré con la legaña en el ojo a la hora del desayuno. Marcad mis palabras. 

Las niñas son un amor. Hoy no ha sido coser y cantar, para qué reconocerlo. La mañana ha sido complicada, pero he podido con ella y, por ello, me siento capaz de poder con todo. A la hora del desayuno, cuando he entrado en la cocina, la mayor ha puesto una cara de espanto que casi me deja clavada ahí mismo. Y la pequeña no paraba de mirarme hipnotizada, mirando cómo desayunaba yo e imitándome. Luego ha pedido jugar conmigo, y ya me la he ganado a lo largo de la mañana. Es muy de rutinas. ¿Que quiere leer un cuento? Pues a leer el mismo cuento una y otra y otra y otra y otra vez. ¿Que quiere columpiarse? Pues a columpiarla hasta que la au pair deje de notar cómo la sangre corre por sus brazos. Me miraba con su sonrisita y sus ojillos de ratón y ya me tenía en el bote. Los abuelos estaban encantados con el progreso, y yo también, para qué negarlo. Después de comer (yo he comido con ella. A las 12. Ole.) la madre la ha acostado un rato y se ve que no paraba de preguntarle que dónde estaba yo, que si yo también estaba durmiendo, y que por qué no podía venir a mi cuarto a dormir conmigo. Me la como.

La mayor, en cambio, se me ha resistido un poco más y ha sido más difícil. Durante el desayuno no me ha dicho absolutamente nada, se ha puesto triste y luego se ha ido al cole medio enfadada. Supongo que ha entendido entonces que la anterior au pair no iba a volver y que ahora había una extraña en casa. A la hora de la comida se ha puesto a berrear tanto que yo pensaba que se quedaba sin cuerdas vocales. La he dejado un rato con la madre, a ver si se calmaba, porque estaba claro que mi presencia allí sólo empeoraba las cosas. Al cabo de media hora he vuelto, con las energías renovadas y dispuesta a ganármela, así que me he sentado con ella y con la madre a jugar al Lego. Al cabo de diez minutos ya estaba construyendo un zoo enorme, yo toda entretenida, y la niña todo el rato poniendo animales dentro. Ha empezado a sonreírme y me llamaba por mi nombre, no por el de la anterior au pair. Después se ha ido a clase de música, y yo he aprovechado esas dos horas para descansar. Al volver, he oído cómo empezaba a llorar muchísimo. Pensaba que volvía a estar enfadada por algo, pero me he fijado y entre berrido y berrido he reconocido mi nombre. Resulta que se había asustado cuando la madre le ha dicho que yo, en ese momento, no estaba (era mi tiempo libre, y eso los padres lo valoran casi más que yo, de momento). He bajado a su habitación y las dos niñas se han puesto con una sonrisa de oreja a oreja al verme, así que hemos subido un rato más a jugar juntas hasta que ha llegado su padre. Entonces sí que me he despedido hasta la hora de la cena porque ese era ya su rato.

Hay momentos en los que me pregunto qué diantres hago aquí. Pero alejo esos pensamientos, y pienso en todo lo que me queda por hacer, y por aprender, y por conocer, y me animo al instante.

02 septiembre 2013

¡Me voy!

Hay personas que funcionan mejor bajo estrés. Rinden más. Hay otras que prefieren hacerlo todo con días de antelación y quitarse el trabajo de encima cuanto antes mejor. Yo no soy así, y mira que lo intento. Siempre acabo haciéndolo todo al final, no sé cómo me lo hago. Pongamos un ejemplo: en vez de hacer la maleta con tiempo y calma, esta semana me he dedicado a cambiar el diseño del blog (para celebrar que es ahora cuando empiezo mi año de au pair). Total, que acabé haciendo la maleta ayer (y casi me da un patatús del estrés). Pero bueno, no pasa nada. La hice, y ahora la he cerrado definitivamente. Me llevo un maletorro enorme en el que, en principio, me tiene que caber ese peso de más que tendré a la vuelta. El problema ahora es que, al tener tanto espacio, he tenido que controlarme con el tema de los kilos, ya que sólo puedo llevar hasta 23. En la próxima entrada ya os contaré qué tal ha ido la facturación y si he tenido que pagar de más. Espero que no, pero tampoco me sorprendería, porque mis prendas 'por si acaso' no se acababan nunca.

Estoy a una hora de irme de casa. Llegaré a Frankfurt a las cinco de la tarde, y luego será una hora y media más en coche, con la madre, hasta que lleguemos a Kaiserslautern. Nervios, nervios. Y muchísimas ganas de empezar.

Nos vemos en la próxima entrada, ya en tierras alemanas :)